Bohumil Hrabal, Serrano (9) y ratas (3)
"Mis mejores amigos son los que limpian las cloacas, dos académicos que aprovechan los conocimientos de su trabajo para escribir un libro sobre las cloacas y las alcantarillas de Praga, ellos me han contado que los excrementos que fluyen hacia las depuradoras de Podbaba son diferentes los domingos y los lunes, que cada día laboral tiene su idiosincrasia, y que estudiando la porquería se puede llegar a establecer un gráfico que define el flujo de los excrementos, y según la cantidad de preservativos se puede precisar en qué barrios de Praga la gente es más activa sexualmente y en cuáles lo es menos, pero lo que más me impresionó de todo eso fue el informe académico sobre la guerra entre las ratas cellardas y las ratas de alcantarilla; se ve que se enfrentaron exactamente como hacen los hombres y el combate acabó con la abrumadora victoria de las ratas de alcantarilla, pero éstas se dividieron enseguida en dos clanes, en dos grupos organizados, de modo que ahora en todas las cloacas del subsuelo de Praga se está llevando a cabo una terrible lucha a muerte, una gran guerra entre dos clanes de ratas de alcantarilla que habrá de decidir cuál de ellos tiene derecho a todos los residuos y a todos los excrementos que fluyen por las alcantarillas hacia Podbaba; he aprendido de mis amigos limpiadores de cloacas universitarios que tan pronto como finalice dicha guerra, la potencia victoriosa se volverá a dividir en dos campos, según las leyes de la dialéctica, al igual que se fraccionan los gases y los metales y todo lo que de vivo hay en el mundo, para seguir el movimiento vital por la vía de la lucha y alcanzar la armonía por medio del equilibrio de contrarios; por eso el mundo en su conjunto nunca anda cojo. Entonces comprendí la exactitud de las palabras de Rimbaud a propósito de que la lucha del espíritu es tan terrible como cualquier guerra, comprendí las consecuencias de la dura frase de Cristo "No he venido a traer la paz sino la espada". En esas visitas a los subsuelos, a las cloacas, a las alcantarillas, a las depuradoras, encuentro siempre la calma; ilustrado a pesar de mí mismo, tiemblo y me quedo boquiabierto cuando Hegel me enseña que la única cosa aterradora es lo fosilizado, rígido y moribundo y, en cambio, la única cosa satisfactoria es cuando un individuo o, mejor dicho, toda la sociedad, consiguen rejuvenecerse en la lucha, conquistar su derecho a una nueva vida. Vuelvo a mi cueva por las calles de Praga con los ojos como rayos X y a través del pavimento transparente veo estados mayores de ratas haciendo maniobrar sus regimientos de guerreros, generales que por radio dan órdenes de reforzar el combate en este o aquel frente, ando y bajo mis zapatos castañetean los dientes puntiagudos de las ratas, camino pensando en la melancolía de este mundo que no se acaba de construir jamás, piso albañales y levantó los ojos llenos de lágrimas para ver lo que no había visto nunca, lo que no había reparado nunca: las fachadas, los portales de las casas de pisos y de los edificios públicos ofrecen un espejo a mis sueños, a los anhelos de Hegel y Goethe, reflejan la Grecia que todos llevamos dentro, la belleza helénica, meta y modelo, veo columnatas dóricas con sus triglifos y sus cornisas, frisos y volutas jónicas, capiteles corintios adornados con hojas de acanto, vestíbulos de templos, cariátides, balaustradas griegas incluso en los techos de las casa praguesas entre las que camino, vuelvo a encontrar la Grecia antigua en los barrios periféricos de Praga, en las fachadas de las casas comunes y en las puertas y las ventanas adornadas con mujeres y hombres desnudos y hojas y plantas de una flora exótica. Deambulando, recuerdo que un calderero con educación universitaria me ha contado que Europa oriental no empieza en las puertas de Praga sino allí donde comenzamos a echar en falta las estaciones de tren modernistas de la época del Imperio austro-húngaro, en Galitizia, en el límite extremo de los tímpanos griegos, y me ha dicho que si el espíritu griego pervive aún en Praga, no sólo en las fachadas de las casas sino sobre todo en las mentes de sus habitantes, es gracias a los liceos clásicos que existieron antes de la segunda gran guerra, que nutrieron con Grecia y Roma a millones de cerebros checos. Y mientras en las cloacas de la capital de Bohemia dos clanes de ratas se aniquilan en una guerra aparentemente absurda, en las cuevas trabajan los ángeles caídos, las personas cultas, los vencidos en un combate en el que nunca lucharon, e incluso allí, en esas cavernas, siguen perfeccionando la definición del mundo. Y cuando regreso a mi subterráneo, la bienvenida de mis ratoncitos me hace recordar algo: en el suelo del montacargas hay una tapa que da a las alcantarillas. Bajo y me animo a abrirla para escuchar arrodillado el chapoteo de las aguas, percibo las melodías de los lavabos, la canción de las aguas cubiertas de burbujas de jabón que manan de los lavamanos y de las bañeras, una sinfonía que me recuerda las olas del mar que llegan y se van, pero cuando presto oídos, oigo claramente el alarido de las ratas, el sonido de la carne roída, los aullidos y los gritos de victoria, el chapoteo de los cuerpos que luchan dentro del agua, toda clase de sonidos que provienen de una lejanía indefinible, pero yo ya sé que al abrir la tapa o la reja de cualquier alcantarilla y al bajar al fondo, en todas partes he de oír ese mismo fragor bélico, el último combate de las ratas, la supuesta última guerra que se acaba con grandes aleluyas, la guerra que volverá a iniciarse tan pronto como aparezca un nuevo motivo. Cierro la tapa, enriquecido por un descubrimiento y una vez ante mi prensa pienso en los duros combates de las cloacas, me doy cuenta de que el cielo de las ratas no es humano, en consecuencia yo tampoco soy humano, yo tampoco tengo la posibilidad de ser humano, yo que hace treinta y cinco años que empaqueto papel viejo y de alguna manera me parezco a las ratas, yo que hace treinta y cinco años ..."