martes, marzo 11, 2008

Clap Clap

Me levanto a aplaudir a Claudia López. Pero esta columna se lleva los aplausos y las gracias totales. La única politóloga seria en este país es ella y merece todo el apoyo que se le pueda dar, así sea replicando sus columnas.
Y en esta columna, esa legitimación pública de la pena de muerte en este país de la que nos habla Claudia nos debería hacer pensar, a este país tan violento y ansioso de sangre, y mutilaciones, de manos cortadas de cuerpos vencidos, de pedazos de cuerpo flotando en ríos de tiempo, de serpientes, motosierras y minas y pipetas de gas. Una amiga paraguaya no sabe cómo responderle a sus hijos cuando le preguntan por la guerra en este país y la violencia en los colegios colombianos (eso que estudian en uno de los mejores colegios de Bogotá) y cuando su hija llega a decirle que los niños juegan a la guerra y escucha en los pasillos a la gente deseosa del conflicto se pregunta si no fue un error venir a este país. Otro amigo extranjero dice que somos 'un país putamente violento'. No sé cómo explicar esto en otros países sin que me de vergüenza.
Cada vez nos parecemos más al pueblo romano viendo descuartizados en el coliseo, y nuestro petit emperador cada vez deja de ser Alejandro Magno para mostrarnos la cara de un codicioso Octavio y por mucho más se acerca a un Calígula o a un Nerón. Ahora recuerdo que cuando empezó esta euforia nacionalista y la concentración de poderes, estaba tan empapado de la historia romana que no paraba de pensar en cómo el pueblo de Roma había abandonado La República para darle todos los poderes a un Octavio que lograra la unidad y vencer al enemigo interno. Octavio pasó a gobernar con mano firme. Triunfó y fue llamado el augusto. Augusto pasó a ser su nombre cuando Roma le obsequió el fin de La República y el fue premiado con la corona del emperador.
Ave cesar saludarían luego los romanos a su figura; saludo que fue copiado por los alemanes del III Reich en el Heil, el del famoso Heil Hitler. Todos los poderes de Roma se concentraron en su figura y tras la desaparición del augusto llegó Nerón y luego Calígula, y nadie pudo impedir que los animales destruyeran la nación en medio de un caos sangriento porque el pueblo entero, enardecido había permitido la concetración de poderes y las alabanzas al augusto que había violado todas las leyes internas. Ave Cesar, Ave Álvaro el augusto, Heil diremos después a tu sucesor o a tu tercer mandato.
NUESTRA POLÍTICA EXTERIOR
¿Aprendimos algo de la crisis?
Claudia López. Columnista de EL TIEMPO.

¿Aprendimos algo de la crisis diplomática?
Nunca en la historia de Colombia tres naciones habían roto relaciones diplomáticas con el país en una misma semana. Nunca habíamos violado intencionalmente la soberanía de otro país. Nunca una posición colombiana había sido rechazada unánimemente por el resto de Latinoamérica. Nunca por un incidente generado por Colombia se había argumentado que estábamos desestabilizando la región. Colombia siempre se había preciado de su apego al derecho internacional y hasta teníamos fama de buenos mediadores por nuestro papel en la paz centroamericana. Esa buena reputación de siglos se diluyó en una semana, fruto de los seis años de descuido, desprofesionalización y unilateralismo de la política exterior del actual gobierno.
Del espectáculo tropical de unos presidentes que se amenazan por la mañana y se abrazan por la tarde quedó en evidencia que todos exageraban, que por eso a todos les tocó echar para atrás un poco, que a nuestros gobernantes les sobra de adrenalina personal lo que les falta de estadistas para sus naciones y que Colombia está sola en el discurso antiterrorista en América Latina.
Ningún país latinoamericano compró la teoría de que la amenaza terrorista de las Farc justifica cualquier medio para derrotarla. Tampoco compraron la teoría de que somos un país pacífico, que respondía en legítima defensa o defensa preventiva. Ni siquiera compartieron nuestra afirmación de que las Farc son una organización terrorista. Colombia está sola en ese discurso.
En la declaración de la Cumbre del Grupo de Río se afirma: "Rechazamos esta violación de la integridad territorial de Ecuador y, por consiguiente, reafirmamos el principio de que el territorio de un Estado es inviolable y no puede ser objeto de ocupación militar ni de otras medidas de fuerza tomadas por otro Estado, directa o indirectamente, cualquiera fuera el motivo, aun de manera temporal". Y añaden: "Reiteramos nuestro firme compromiso de combatir las amenazas a la seguridad de todos sus Estados, provenientes de la acción de grupos irregulares o de organizaciones criminales, en particular de aquellas vinculadas a actividades del narcotráfico. Colombia considera a esas organizaciones criminales como terroristas".
La única razón por la que la declaración de la OEA fue menos dura que la del Grupo de Río es porque Estados Unidos es parte de la OEA y no de ese grupo, y fue el único país que apoyó a Colombia. Fue el voto y el veto de Estados Unidos los que ayudaron en la OEA, no el magistral discurso de nuestro embajador. De hecho, en el Grupo de Río tampoco sirvió el discurso del Presidente, a quien le tocó correrse de todas las amenazas de la mañana y empezar a repartir abrazos y disculpas por la tarde, cuando era evidente que estaba solo y la declaración de los demás países iba a rechazar la posición de Colombia.
Por andar nombrando de embajador y cónsul al hijo o amigo de cuanto politiquero pasa por la Casa de Nariño, Colombia tiene, con contadas excepciones, representaciones diplomáticas en el exterior que dan vergüenza; que evidentemente no han hecho el trabajo de explicar nuestra compleja situación y no han sabido vender nuestras razones y políticas. Al equipo de la Cancillería en Bogotá ni siquiera lo consultaron durante la crisis. Ni en Washington ni en República Dominicana estuvo nuestro experto vicecanciller y encargado de estos temas, Camilo Reyes. Al Canciller apenas lo usaron para leer comunicados. Esa es la calidad de nuestra diplomacia e igualmente proporcionales fueron los resultados. La ciega euforia nacionalista dirá que nada importa, que nosotros somos buenos, que los demás son tropicales y hasta pro guerrilleros.
Y para cerrar la coyuntura con broche de oro y no dar margen alguno de duda sobre el alcance pacifista de nuestro gobierno, nos aprestamos a pagar 5.000 millones de pesos a un delincuente de las Farc por matar a otro. En este paraíso pacífico se valida la pena de muerte y hasta se paga por ella. A ver cómo les explicamos a nuestros hijos y al resto del mundo esta otra perlita.

Claudia López

2 comentarios:

Arlovich dijo...

Muy buena la columna, al igual que la de Molano.

Chao, Mazo.

Mazo dijo...

Ya leí la de Molano, gracias por acordarme leerlo.
Un abrazo Lobo