St. Jude - Metáforas de la crisis
Y justo mientras la bolsa de Wall Street cae de la mano con la concepción del capitalismo actual, cuando la transmisión de CNN parece un escenario futurista en el que la voz en off de la noticia se superpone a una pantalla negra que, con números verdes que van aumentando en negativo, oculta que muy pronto la crisis golpeará a la economía 'real', leo este fragmento de la novela de Jonathan Franzen titulada Las Correcciones, publicada en ese año 2001, el cual está en su primer capítulo llamado St. Jude, el nombre de un barrio residencial y gerontocrático en el que conviven dos viejos esposos, Enid y Alfred:
"Todos los días de la semana, menos el domingo, llegaban kilos de correo por la rendija de la puerta, y ya que no estaba permitido que nada incidental se apilase en el sótano -porque la ficción de vivir en aquella casa era que nadie vivía en ella-, Enid se enfrentaba a un desafío táctico fundamental. No es que se tomase por una guerrillera, pero eso es lo que era, una guerrillera. Durante el día transportaba materiales de depósito, yendo muchas veces sólo un paso por delante del poder establecido. De noche, a la luz de un aplique precioso, pero poco potente, utilizando la mesa del desayuno, demasiado pequeña, cumplía con una diversidad de tareas: pagar facturas, cuadrar las cuentas, descifrar los apuntes de pagos compartidos de Medicare y tratar de comprender un amenazador Tercer Aviso de un laboratorio médico que le requería el pago inmediato de 0,22 dólares, pero adjuntando un blance de 0,00 dólares, con lo cual venía a indicar que no existía tal deuda, pero es que además tampoco daba ninguna dirección a la que pudiera remitirse el pago. Podía ocurrir que el Primer Aviso y el Segundo Aviso estuvieran en algún lugar del sótano; y, por culpa de las limitaciones con que Enid llevaba adelante su campaña, lo cierto era que apenas si alcanzaba a figurarse dónde podrían haber ido a parar, cualquier tarde, los otros dos avisos. si le daba por sospechar, por ejemplo, del armario del cuarto de estar, allí estaba el poder vigente, en la persona de Alfred, viendo un programa de reportajes, con la tele puesta al volumen suficiente para mantenerlo despierto, y con todas las luces del cuarto de estar encendidas, y había una nada despreciable probabilidad de que si ella abría la puerta del armario se deslizase una avalancha de catálogos, de revistas House Beautiful, y se derrumbasen diversos informes de la asesoría financiera de Merril Lynch, provocando la cólera de Alfred. También existía la posibilidad de que los avisos no estuvieran en el armario, porque el poder vigente hacía incursiones al azar en sus escondites, amenazando con 'tirarlo' todo si Enid no ponía orden en el asunto; pero ella estaba demasiado ocupada burlando las incursiones como para poner orden en nada, y en la sucesión de migraciones y deportaciones forzosas había ido perdiéndose toda apariencia de orden, de modo que en una bolsa cualquiera de los Almacenes Nordstrom oculta tras el volante del somier, con una de las asas de plástico semiarrancada, bien podía contenerse todo el patético desbarajuste de una existencia de refugiado: ejemplares no consecutivos de la revista Good Housekeeping, fotos en blanco y negro de Enid en los años cuarenta, recetas oscurecidas, escritas en papel de alto contenido ácido, uno de cuyos ingredientes era la lechuga reblandecida, ls últimas facturas del teléfono y del gas, un detallado Primer Aviso del laboratorio médico dando instrucciones a los abonados de que ignoraran toda factura por debajo de los cincuenta centavos que en adelante pudiera llegarles, una foto de Enid y Alfred, cortesía de los organizadores, en un crucero, cada uno con su collar hawaiano y bebiendo de un coco hueco, y el único ejemplar existente de las partidas de nacimiento de dos de sus hijos, por ejemplo".
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