sábado, julio 09, 2005

Recuerdo en Tánger

Recuerdo ser un norteamericano. Había combatido en la primera guerra mundial y decidí no regresar. Viví en los callejones de París, luego respiré los aires de Marsella. Una mañana, antes que los vientos de la segunda guerra llegaran a puerto, pensé en lo que había dejado atrás y descubrí que esas cosas y seres de mi pasado ya me habían olvidado y dejado ir desde antes de partir. Ese mismo día se elevó el sol más que de costumbre y las brisas marinas golpeaban fuerte toda Marsella, caminaba por una plaza desierta y sentía las resistencias que ejercía el viento en mi cuerpo, unas veces me impedían avanzar, otras veces me empujaban en un camino que no conocía y al que ayudaba manteniendo mis ojos firmemente cerrados. De esta extraña manera llegué al puerto en donde pensé en embarcar hacia la isla de If, siguiendo los pasos del conde de Montecristo, pero terminé en el puerto de Tánger. Sus callejones, la playa estrecha y ese aire de desolación, se confundieron con mis sentimientos. Supe que ahí pertenecía, que ningún otro lugar sería mi tumba. Tuve un bar en un zoco cercano a la entrada de turistas en donde ocasionalmente se peleaban franceses con españoles o portugueses con árabes.
Recuerdo que pocos años después llegó otro compatriota. Vestía lo que quedaba de un traje gris de lino, la chaqueta en su mano, la camisa muy blanca. Se sentó en un rincón oscuro y pidió un agua mineral. Me preguntó si era americano. Me quedé quieto, de pie, sin responder. Puse el agua en su mesa y le pregunté si él era americano. “Sí”, me respondió. Dijo que venía de Nueva York y se llamaba Paul. "Paul Bowles", añadió. “Turista”, exclamé, como una afirmación cansada. “Viajero”, me contestó. No tocamos el tema de la guerra (ni de la primera ni de la segunda). El hombre esperaba a su mujer que se había entretenido en el mercado. Me dijo que le agradaba hacer amigos en puertos distantes. Le respondí que la amistad no existía, que lo único que teníamos era a nosotros mismos, a nosotros solos, y él dijo que lo único que tienen y deben tener los seres humanos y lo que realmente les corresponde es su propia soledad. El hombre me observó pero yo supe que se miraba a si mismo. Añadí que la soledad más bella era la que se podía ver en medio de la grandeza de la desolación. Un aire cálido ingresó por la puerta del comercio y yo miré al cielo implorando piedad por la necesitada raza humana.

miércoles, julio 06, 2005

Otra de Vettriano


Otra de Jack Vettriano, el mismo de Billy Boys, aunque la imagen parece portada de una novela negra se torna interesante cuando se lee el título "road to nowhere". Posted by Picasa

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la portada de Soldados de Salamina Posted by Picasa


Pese a que siempre me he considerado de izquierdas y la historia que narra este libro inicia al otro lado del espectro no puedo dejar de reconocer el mérito de javier Cercas para enseñar cómo se escribe una novela universal como "soldados de salamina". Algo espectácular de la novela es la aparición del chileno Roberto Bolaño en su trama, algo *** del autor es que al parecer no le reconoció "derechos" al chileno. Cosas de escritores. Si quieren leerla conozco una forma sencilla, je je, escriban al e-mail y sabrán.
Acá les regalo un fragmento:
"...Y también imaginé que algún día, no muy tarde, la hermana Françoise me llamaría una noche a mi casa de Gerona y yo llamaría a Conchi a su casa de Quart y a Bolaño a su casa de Blanes y los tres partiríamos al día siguiente hacia Dijon aunque adonde llegaríamos sería a Stockton, definitivamente a Stockton, y tendríamos que vaciar el apartamento de Miralles, tirar su ropa y vender o regalar sus muebles y guardar alguna cosa, muy pocas porque Miralles sin duda guardaría muy pocas cosas, quizás alguna fotografía suya sonriendo feliz entre su mujer y su hija o vestido de soldado entre otros jóvenes vestidos de soldados, poca cosa más, quién sabe si algún viejo disco de vinilo con viejos pasodobles rayados que hacía siglos que nadie escuchaba. Y habría un funeral y luego un entierro y en el entierro música, la música alegre de un pasodoble tristísimo sonando en un disco de vinilo rayado, y entonces yo tomaría a la hermana Françoise y le pediría que bailara conmigo junto a la tumba de Miralles, la obligaría a bailar una música que no sabía bailar sobre la tumba reciente de Miralles, en secreto, sin que nadie nos viera, sin que nadie en Dijon ni en Francia ni en España ni en toda Europa supiera que una monja guapa y lista, con la que Miralles siempre deseó bailar un pasodoble y a la que nunca se atrevió a tocarle el culo, y un periodista de provincias estaban bailando en un cementerio anónimo de una melancólica ciudad junto a la tumba de un viejo comunista catalán, nadie lo sabría salvo una pitonisa descreída y maternal y un chileno perdido en Europa que estaría fumando con los ojos nublados de humo, un poco apartado y muy serio, mirándonos bailar un pasodoble junto a la tumba de Miralles igual que una noche de muchos años atrás había visto a Miralles y a Luz bailar otro pasodoble bajo la marquesina de una rulot en el cámping Estrella de Mar, viéndolo y preguntándose tal vez si aquel pasodoble y éste eran en realidad el mismo, preguntándoselo sin esperar respuesta, porque sabía de antemano que la única respuesta es que no había respuesta, la única respuesta era una especie de secreta o insondable alegría, algo que linda con la crueldad y se resiste a la razón pero tampoco es instinto, algo que vive en ella con la misma ciega obstinación con que la sangre persiste en sus conductos y la tierra en su órbita inamovible y todos los seres en su terca condición de seres, algo que elude a las palabras como el agua del arroyo elude a la piedra, porque las palabras sólo están hechas para decirse a sí mismas, para decir lo decible, es decir, todo excepto lo que nos gobierna o hace vivir o concierne o somos o son esa monja y ese periodista que era yo bailando junto a la tumba de Miralles como si en ese baile absurdo les fuera la vida o como quien pide ayuda para él y para su familia en un tiempo de oscuridad."
Javier Cercas
Soldados de Salamina