domingo, agosto 24, 2008

Cromos

Cromos habla también de fotografías, de dibujos o figuras destinadas a una colección infantil. En nuestro país, en Colombia, también es una revista de farándula, una de las revistas del corazón. A veces, los buenos reportajes se encuentran más en estas revistas que en los reconocidos medios masivos. Los dejo con el siguiente reportaje que pueden también encontrar en este enlace: http://www.cromos.com.co/cromos/Secciones/Articulo.aspx?idn=4447


El río de la muerte


Un equipo de Cromos navegó durante cinco días por el cauce del río Cauca y comprobó que su fama de cementerio flotante sigue intacta, como si todavía se vivieran los tiempos de la guerra entre los carteles del norte del Valle.

Por Fernando Cárdenas/ Fotos Christian EscobarMora

En compañía de pescadores, la madre de un joven de 24 años acaba de encontrar flotando en el río el cuerpo de su hijo, cerca de Bolívar, norte del Valle.


El desangre en el río todavía sigue latente. Lo malo es que los vecinos de los pueblos ribereños ya ni siquiera se toman el trabajo de atrapar los cadáveres porque temen meterse en problemas.


La policía de estos pueblos del norte del Valle sostiene que es cosa de todos los días el trabajo de recoger restos humanos del río Cauca.

En la carta de navegación de un puñado de ambientalistas estaba previsto que el viaje duraría cinco días a bordo de un barco por el río Cauca para denunciar la contaminación de las aguas y promocionar un referendo en los pueblos ribereños. Pero la travesía cambió de rumbo. Al arribar a Bolívar, municipio del norte del Valle, apareció el cuerpo de un joven de 24 años, flotando en las oscuras aguas que hace treinta o cuarenta años dejaron de albergar peces.

Cuando llegamos a la orilla, la policía se encontraba acordonando la zona y la madre se subió a una lancha para reconocer el cuerpo de su hijo que descansaba unos metros río abajo. Ella sabía que si alguien se pierde en estos lados, lo más seguro es encontrarlo en algún punto del cauce. “Es un caso de limpieza social de los narcos, de ‘los Rastrojos’, la gente empezó a reclamar porque fumaba marihuana”, confiesa un poblador.

A pesar del dolor y de la tragedia de esta familia, aquí dicen que la señora tuvo suerte al encontrar a su hijo en el río. No fue de las que se mordió el luto, como les ha ocurrido a las víctimas de la matanza de Trujillo, entre 1988 y 1990, cuando narcoparamilitares tiraron al río 342 personas que militaban en cooperativas y participaban en marchas campesinas. Pocos cuerpos se rescataron.

Este recorrido ecológico resultó ser una marcha fluvial de la muerte. Los tripulantes de la embarcación llamada Caucayaco con unas 20 personas a bordo, invitadas por Ecofondo, comprobamos que todavía ocurre el desangre en sus aguas, como en los tiempos en que sirvió de inspiración a Julio Luzardo para hacer el largometraje El río de las tumbas, hace ya cuatro décadas.

Los muertos

El primer hallazgo ocurrió cerca a Buga. Íbamos observando marraneras y vertederos que contaminan el borde de la corriente y que convierten el cauce en una morgue con olores pestilentes cuando, sin darnos cuenta, entre la basura emergió el primero de los cuatro cuerpos abandonados que veríamos en la superficie. Fue Christian, el fotógrafo, quien descubrió al revisar sus láminas que en este punto empezaba la historia macabra.

Son crudas, por si acaso: frente a nuestra nave flotaba el triste espectáculo de un hombre sitiado de gallinazos. Una de las ambientalistas sacó su celular y llamó a la policía de Cali a reportar el suceso. Otra le gritó a un lugareño del hallazgo, pero este no movió una ceja. Los demás sacaban cámaras para capturar el registro. Hernán, el lanchero, con 30 años en las artes fluviales, nos dijo como para suavizar el panorama, que antes era peor: “Veíamos pasar en un día hasta 12 cuerpos amarrados como plátanos”.

Cincuenta metros más allá, también con una asamblea de gallinazos, apareció boca abajo un segundo cadáver: una mujer joven con marcas de tortura en varias partes del cuerpo. “Ambos eran indígenas del Cauca”, dice el conductor y agrega que los cuerpos habían pasado tres días atrás por la altura de Juanchito, como si formaran parte del paisaje, pero que nadie los recogió, porque hacerlo es un lío legal. Ni los municipios cercanos acogen el llamado humanitario, por los costos del levantamiento y de la ceremonia, así que dejan todo en manos de la corriente. La ceguera sirve para esquivar aprietos, engorrosas declaraciones judiciales y el río hace su parte para borrar las evidencias.

El silencio apareció en la barcaza como un leñazo. El escritor y abogado de oficio del río, don Óscar Salazar, se levantó con ahogo y sostuvo que este afluente es “el carro basurero de los municipios, y el carro funerario de una comunidad salvaje que arroja ciudadanos al río”. Este hombre viejo intentaba explicar un fenómeno de desapariciones que se repite desde hace décadas

La historia más conocida es la de Trujillo con sus más de 300 víctimas. Yamile Vargas, de 22 años, llora a su padre que nunca apareció. Ella no se sienta en la orilla a mirar el horizonte. Más bien lo busca en un álbum tipo Panini donde se registran los muertos de la masacre y pone sobre su estampa una foto carné a color, para que se vea mejor. Y cuando tiene tiempo, va a visitar las esculturas que hay en el parque-monumento que están levantando en uno de los cerros del municipio, como un símbolo de reparación.

Doña Consuelo, la encargada de este lugar, sostiene que las víctimas no quieren ir al río. Ya perdieron la esperanza de encontrar a sus familiares, así que el monumento, con unos dibujos que simbolizan a sus muertos –a su marido y a sus dos hijos–, les sirve para calmar el dolor. “Es la única forma de superarlo”, agrega.

A esta altura del río Cauca, en el norte del Valle, son los areneros los que conocen mejor la ruta de los desaparecidos. Antes, cuando las aguas lo permitían, ellos eran pescadores. Ahora uno de estos hombres cuenta que el peregrinaje termina en Beltrán, en el departamento de Risaralda. Allí el afluente se vuelve más tranquilo, con remansos y un gran remolino que detiene cualquier avance. Y hasta ese punto, todavía llegan familias desesperadas buscando a sus muertos. Vienen de río arriba, de pueblo en pueblo, preguntando a los vecinos de la orilla si han visto algo, aunque no siempre tienen suerte. “Yo los llevo en mi bote, nos damos una vuelta a ver si vemos algo y hablamos con la gente por si algo”, comenta el arenero.

Por culpa de la geografía, en Beltrán se han recogido más de 500 NN en las dos últimas décadas, que reposan en Marsella, a menos de una hora en carro. En los noventa, el peregrinaje de las familias obedecía a los muertos de la contienda entre los carteles, entre los ejércitos de ‘Don Diego’ y Wilmer Varela, ‘Jabón’. Luego vinieron por las matanzas de las autodefensas de Carlos Castaño Gil, tras el cambio de siglo, después vendrían por culpa del Bloque Calima, al mando de Ebert Veloza, alias ‘HH’, quien reveló bajo la ley de Justicia y Paz que sus hombres tiraban los cuerpos (más de 500) a este torrente para ahorrar tiempo y dinero, y borrar las huellas del terror.

Ahora los que marchan son las víctimas de los “rastrojos”, esos sicarios y traquetos herederos de los grandes capos, de los Urdinola o de los Henao, que se disputan el Cañón de las Garrapatas, una ruta confiable para sacar cocaína de alta pureza por las costas del sur de Chocó.

Turismo fúnebre

Sin importar las razones, en Marsella, un tranquilo pueblo cafetero, las autoridades han realizado una labor humanitaria poco frecuente, con unos costos enormes: una mala fama sin merecimiento, todo por recoger los cuerpos y enterrarlos en el cementerio público. Debe ser por eso que a los pobladores no les gusta la idea de que lleguen forasteros interesados en el turismo fúnebre que ofrece el cementerio. O que arriben semanalmente esos familiares para ver si esos cuerpos corresponden a uno de los suyos. En especial luego de que las autoridades borraron con pintura blanca las marcas de NN de las tumbas, para neutralizar el fisgoneo.

La verdad, como comenta el sepulturero Luis Gómez, es que son demasiados los cuerpos que han llegado provenientes de las aguas tranquilas de Beltrán. “Ya no los puedo contar”, dice. De todos, el que más recuerda es un deportista que venía torturado, que vestía pantaloneta. “Era muy jovencito y venía con rodilleras”, aclara Gómez, quien en sus tiempos libres es árbitro de fútbol.

Curtido y quemado por el sol, su mayor preocupación consiste en que el cementerio ya no tiene más terreno para recibir restos humanos. “Yo he pedido que se agrande el sitio”, explica. Sin embargo, sus palabras no serán escuchadas en la alcaldía. Según Medicina Legal, el número de muertos registrados en Marsella ha disminuido considerablemente en los últimos años, al pasar de 150 anuales encontrados en el río hace 10 años, a 5 en 2007, y 3 este año.

Y ese descenso de muertes violentas es una excelente noticia que descarta cualquier ampliación del camposanto. Pero contradice las voces de los pescadores del río, quienes explican que lo único que ha cambiado es que ahora ya no recogen los cuerpos por amenazas de unos narcos que se aparecen en “camionetas oscuras”. Más en confianza y en voz baja, revelan que las verdaderas razones están en que las autoridades locales les advirtieron que si sacaban un muerto de las aguas iban a tener que declarar en un juicio.

De modo que con esta política de indiferencia, el peregrinaje de los cinco o seis cuerpos semanales que arriban al remolino de Beltrán ya no tiene un muro de contención. A veces, estos hombres dan un empujón a los restos para que sigan su viaje y se desintegren más allá. Así, con ese poco de ayuda, no ponen en peligro el espacio que aún le queda al cementerio de Marsella y tampoco desinflan los aplausos por las estadísticas positivas de violencia.

jueves, agosto 07, 2008

Entre Edmonton y Winnipeg


No quería escribir un post porque no tenía palabras, un amigo sí las tenía y esto es una introducción muy larga y sin las palabras adecuadas a sus palabras. Este post es de una fotografía que aún no es, por eso arriba está Kevin Carter, uno de los más grandes fotógrafos de la historia como esprando a tomar la foto, aunque para ser honesto la foto de arriba es un tiroteo en medio de el enfrentamiento por el apartheid en Suràfrica y el amigo de Carter le toma una fotografía en un juego macabro en el cual alguno de los dos podría tomar la fotografía de su vida cuando las balas alcanzaran al otro.

No quería escribir y tal vez, lo he pensado mucho, tal vez éste sea mi último post o quizás no, aún no lo sé, tal vez un descanso estaría bien. "Pero, ¿Cómo había empezado todo?", así es como abre las discusiones Calasso en su libro "Las bodas de Cadmo y Harmonía", en el que que narra el origen del mito occidental. Todo empezó para mí con un anuncio, hace unos 15 días, en medio de una discusión sencilla e irrelevante sobre el mal en la literatura. El tema central era un pregunta y una crítica, la pregunta era si existía el mal gratuito y si éste merecía ser contado, la crítica era si es valido el que exisitiera en tantas obras literarias o cinematográficas la violencia gratuita.

Pero la verdad no sé cuándo empezó todo, tal vez si fue hace unos 15 días o podría ser anoche, cuando llegué a buscar al Chileno y en la portería del edificio una señora de unos ochenta años, toda vestida de negro y con un chal de los que usan para las misas de duelo, comentaba que venía de la iglesia en la Plaza de Las Nieves (a pocas cuadras de mi residencia) donde un hombre se había enloquecido y había disparado contra la multitud matando a una señora e hiriendo a un policía. La mujer lo contaba sin asombro, sólo como una curiosidad de su vida. El vigilante del edificio asentía y de repente un hombre muy anciano, de gafas muy gruesas, flaco y alto, también de unos 70 o 75 años, que estaba ahí sentado, con el bastón entre las dos manos, en un gesto que me hizo recordar a un Borges mucho más flaco y con gafas, mencionó que él recordaba un evento similar hacía unos ocho o diez años, cuando era médico y fue invitado a una cena en su honor a la que no pudo asistir. Esa noche iban a cenar con sus compañeros a un restaurante muy fino sobre la carrera séptima y un hombre llegó y sacó un revólver y empezó a dispararles a todos los que ahí estaban, incluidos sus amigos. No lo podía creer, yo estaba sentado a su lado esperando que bajara un amigo y socio del Chileno y aventuré un nombre para unirme a la conversación, la primera palabra que mencioné como pregunta al señor fue ¿Pozzeto?, el señor asintió y parecía ver una luz en sus recuerdos, y de nuevo afirmó como si recién recordara, Sí, Pozzeto era el restaurante. Entonces el nombre del asesino es Campo Elías, dije yo. Creo que la historia es de todos conocida, Campo Elías Delgado se pudo haber obsesionado con la guerra del Vietnam de la que era veterano, o se obsesiona con las clases de Mario Mendoza sobre el doble en la literatura y el Dr. Jekyll and Mr. Hide, ly en un diciembre asesina a su madre y quema su apartamento, luego asesina a otra serie de personas, se viste y va al restaurante italiano de lujo, lugar donde asesina 20 personas, pero con los asesinatos anteriores completa la cifra de 28 en el día. El anciano repetía una fecha, el 3 de diciembre, hará unos 8 o 10 años decía en su confusa mente.

La verdadera masacre fue el 5 de diciembre de 1986, y es de todos conocidos la novela que publicó Mario Mendoza bajo el nombre de "Satanás" en la que narra este suceso. La película, homónima, se ha convertido en una de las mejores muestras del nuevo cine colombiano. El viejo seguía recordando y decía, sí, esa noche 3 de diciembre me salvé de morir. La señora seguía hablando del tipo que se había vuelto loco en La Plaza de las Nieves.

No le creía mucho a la señora, hasta que vi la noticia en los periódicos de hoy que narran la historia de un 'indigente', así, como se menciona a los sinhogar en Colombia, que había pedido una limosna a una señora en la plaza al frente de la iglesia. La señora se niega y se escandaliza, el 'indigente' se molesta pues la señora se niega a darle la 'liga'. Un joven policía, casi de mi edad, 26 o 27 años según el periódico que se lea, se acerca a imponer su presencia de orden en la escena. 'El 'indigente', presumiblemente borracho, desarma al policía y le dispara, luego asesina a la señora que le había negado la limosna y hiere a otra mujer que estaba en el lugar. Dispara al azar a la multitud que a diario pasa por ahí. Dirigió el cañón del arma hacia un embolador de zapatos que se encontraba sentado a sus pies, un embellecedor de calzado, un simple lustrabotas que horrorizado miraba la escena sin poder moverse, y el hombre enloquecido apretó el gatillo una, dos, tres, cuatro veces, pero con suerte para el embolador ya había agotado sus balas. Leo que ambas mujeres resultaron heridas y como no llegó una ambulancia llegaron por sus propios medios al centro de salud donde falleció Rosa María Cárdenas, quien era la señora del incidente de la limosna. Hoy pasé por la plaza que se encontraba acordonada por las cintas de "Peligro, No Pase" y unas cuantas vallas que separaban a decenas de familias -padre, madre y niñas con sacos rosaditos y cachetes rosaditos en patines o ciclas- de la escena del crímen. Mientras leía los periódicos me entero que al policía herido el disparo le afectó su columna vertebral y es muy probable que no sólo no pueda volver a caminar, sino que no pueda mover tan siquiera sus brazos.
(Foto arriba: Oscar Pérez para El Espectador en la nota del hecho acá)

Pensé en un episodio similar ocurrido hace unas semanas en esa esquina tan conocida de Japón, en Tokyo, cuando un conductor atropella sin razón a la multitud y se baja herido con un cuchillo en sus manos, atacando a quien se le cruzaba. Pero no, volvamos a empezar, estábamos en la primer planta del edificio a donde había ido a buscar al Chileno y esperaba a uno de sus socios para poder encontrarlo. De ahí salí y lo busqué donde Doña Ceci, un bar de mala muerte con tequila a 2.000 pesos que es tal vez el mejor bar de toda la zona. Ahí me encontré con antiguos compañeros de trabajo, pero me tuve que despedir temprano para encontrarme con mis dos jefes. Esa noche vi el más grande horror de todos, una fotografía que me dejó llorando en la noche. Pero todo había empezado antes, perdonen las disgresiones temporales, este ir y venir, este río de la muerte que es el tiempo. Tal vez todo esto empezó para mí con un anuncio, hace unos 15 días, en medio de una discusión sencilla e irrelevante sobre el mal en la literatura. El tema central era un pregunta y una crítica, la pregunta era si existía ese mal, esa violencia gratuita que aparece en algunas obras literarias o cinematográficas. Para muchos la violencia gratuita era injustificada, si la muerte no le aportaba a la historia que se quiere narrar entonces no debe ir en la obra. Yo no estaba muy de acuerdo, creo que la violencia en el ser humano es algo que escapa a la norma de la razón, a las estructuras, mucho más a las estructuras que desde un relato de ficción se pueden mencionar, no hay banalidad en el mal verdadero, así sea innecesario. Hitchcok creo que se refería al terro como una acumulación matemática. La crítica era sobre la banalización del mal. Al terminar la discusión nos fuimos de fiesta hasta el otro día. Era un poco antes del amanecer cuando empezaron las lágrimas y apareció el mal en forma de relato, fue horrible y son cosas personales que es mejor dejar en ese amanecer. Esa fue la primera vez de los últimos días que lloré, vendrían algunas más, la última fue anoche.

Seguí obsesionado con el tema, escuchaba cada vez más a Nick Cave and the bad seeds y encontré una noticia extraña en el diario El País de España. Comentaba como si fuera una nota judicial un evento acaecido entre las ciudades de Winnipeg y Edmonton, en el muy tranquilo Canadá. Un grupo de 37 personas hacía un trayecto entre las dos ciudades y el bus recogió a un pasajero. El hombre era un tipo de 40 años, normal, como cualquiera. En algún momento, declaró uno de los testigos, se levantó de su asiento y caminó hasta la última fila del bus en donde dormía un hombre en su asiento mientras escuchaba música en su reproductor personal (¿un Ipod?). Los pasajeros escucharon un grito y observaron cómo el pasajero era apuñalado por este tipo normal. Usaba un cuchillo de supervivencia, como el cuchillo de Rambo decían todos horas después. Recordé que la primera película de Rambo es una obra maestra del terror sobre un excombatiente en Vietnam (sí, por encima de lo que digan los críticos moralistas o los críticos intelectuales de cine, creo que "Rambo I" es una de las grandes películas de esa década), sobre su exclusión social, y al escribir este post pienso también en Campo Elías Delgado, el colombiano excombatiente de Vietnam, y su masacre de Pozzeto, a quien no puedo evitar compararlo como el Rambo colombiano. Este Rambo canadiense no parecía darse cuenta de que el mundo a su alrededor giraba entre gritos, llantos y exclamaciones. El seguía acuchillando a su víctima (fueron más de 60 cuchilladas diría después la policía). El bus frenó en seco, los pasajeros aterrorizados se bajaban y un camionero que pasaba se detuvo al ver ese inusual comportamiento de un grupo de personas que uno no espera ver correr en una fría carretera canadiense. El conductor y algunos pasajeros, últimos en bajarse, veían como la sangre cubría todo el panorámico trasero mientras el hombre, sin mover un músculo de su rostro empezaba a sacar las entrañas a su víctima. Se bajaron horrorizados y el condcutor selló las puertas del bus. El camionero ya se había acercado; lo imagino como un buen camionero norteamericano, de camisa leñadora roja y gorra de algún equipo de beisbol, con algún arma en la mano, que me gustaría imaginar como una buena cruceta. El camionero y el conductor del bus se arman como pueden, y cuando suben al bus por la puerta delantera observan que el hombre del fondo está terminando de cercenar la cabeza de su víctima, a la que ya le ha sacado sus entrañas. El conductor y el camionero se bajan para dejar cerrada la puerta hasta la llegada de la policía. Cuando llegan los agentes y abren la puerta el hombre se acerca hacia ellos muy tranquilo, caminando con la cabeza cortada en sus manos, como si fuera una suerte de ofrenda. Uno de los testigos dijo que parecía un robot.

Intenté escapar a esto con la literatura, había leído una muy buena reseña en Babelia sobre un autor de culto en Francia llamado Frédéric Beigbeder, y curiosamente en esas baratas de Anagrama que había en toda la ciudad encontré uno de sus libros a un módico precio. El libro se llama Windows on the World. Era un coro a dos voces entre su personaje y el autor, sólo que el autor le hablaba a su personaje y lo construía años después, y el personaje había llevado de paseo a sus hijos a Nueva York el 11 de septiembre de 2001, empezando por desayunar en el restaurante más alto de la ciudad, el Windows on the World, en la cima de una de las torres gémelas. "El infierno dura una hora y cuarenta y cinco minutos, este libro también", decía en uno de sus capítulos Beigbeder. Así seguí viendo el infierno, lo veía en un video de la antigua banda de Nick Cave, que se llamaba Birthday Parthy, en la que Nick se muestra en su propia versión de El Bosco, y aparece desde el principio con el torso desnudo bajo una carpa de circo, y en su piel, sobre sus costillas, se puede leer la palabra Hell.



Era demasiado, así que tenía que trabajar, perdonen las disgresiones de tiempo, ese río de la muerte que es el tiempo, lleno de instantes como cadáveres bajo su cauce, muertos que los chulos de las culpas, el remordimiento y la nostalgia devoran incesantes. Tenía que trabajar, decía, y al salir de donde Doña Ceci me encontré con mis jefes y esa noche vi el horror, más poderoso que la fotografía de Kevin Carter, seguro que la conocen, ganó un Pulitzer y dio la vuelta al mundo, es patrimonio de la humanidad esa foto, no hay ser humano que no la conozca. Kevin ganó el Pulitzer con la fotografía y no soportó haberla tomado, la culpa lo atormentó y un corto tiempo después del premio se suicida por esa foto, mezclada a la muerte de uno de sus amigos del Club del Bang Bang. Kevin era un fotógrafo muy duro, era miembro del llamado Club del Bag Bang, un grupo de fotógrafos y corresponsales extranjeros que se hizo famoso por ir siempre en dirección al sonido del bang bang. Seguro la recuerdan, una niña muere en una hambruna en África y un buitre espera para extender sus alas detrás de ella.


Algo así fue lo que vi esa noche. Recuerdo la calavera sobre la carne, el hueso asomándose. Lloré. No la puedo borrar de mi cabeza, los buitres, los chulos son una gran compañía en el río del tiempo. Después de escribir este post lleno de sangre no puedo describir lo que vi, no puedo. La mayoría de las muertes que relaté corresponden a la vida cotidiana, aún el suicidio de Carter dos meses después de su momento de gloria con el Pulitzer hace parte de la vida cotidiana. En eso Mario Mendoza se ha vuelto experto, pero las muertes que vi esa noche eran planificadas, no eran un evento extraordinario sino normal, de todos los días pero planeadas en nombre de bienes superiores como La Patria o el Dinero, o la sagrada Propiedad. Entonces es otra forma de vida cotidiana, una vida cotidiana paralela a la vida cotidiana, un mal distinto, una sevicia sin comparación. Tal vez un amigo lo pueda describir mejor, y espero me perdone por mostrar esto, pero aún recuerdo que el me dio su autorización para enseñar lo que aquí sigue:

MEDITACIONES DE UN CADÁVER

Luis Alfonso Argüello

Hay más muertos,

¡Dios mío!

No saben lo que hacen


No más cuerpos en la orilla de la quebrada

No más cuerpos olorosos a carne manida

No más cuerpos con las moscas zumbando

¡No más muertos!

¡No más!


Los helicópteros pasan justo encima del techo

El viento, las hojas de zinc

Y las ramas del mango

Y las latas del portón

¡Todo se estremece!


Hay más esqueletos inmundos

Con la podredumbre en las costillas arropadas con rastrojo

Y la tortura en el cráneo como las espinas del vencido



Qué solos quedan los potreros

No saben lo que hacen

Qué solas quedan las casas

No saben lo que hacen

Qué solos quedan los solares

No saben lo que hacen

Qué solo queda el caserío

No saben lo que hacen


Con los beneficios de la medianoche

una raza tremenda de lo inhumana arrastra con el aliento

abusa con el verbo y la memoria de los vivos, vivos hasta ayer

alimenta de carroña la llanura borrosa y fría


¡No más animas!

¡No más animas de cadáveres sin los santos óleos!

¡No más animas recorriendo los solares a medianoche!


¿Para qué ser un hombre a la espera continua de miseria?

Un sorbo al pocillo en la madrugada no espanta al enviado especial de la muerte


¡Hasta cuándo!

¡Hasta cuándo nos seguirán matando!

Si tan sólo dijeran el por qué de tantos muertos

Un por qué de morir, eso

aunque un sin por qué no evita morir


Para quién desea ver el sol otra vez lo más sombrío es ver cruzar el portón al enviado especial de la muerte



Es noviembre de un año inmemorial

Es un año inmemorial de aflicción, duelo

y cuerpos sin sepultura


Y yo, fantasma entre fosas sin los santos óleos

Con recuerdos marchitos y arrastrados por el polvo

Yo, con el vapor del pocillo que cubre

los ojos hundidos en el cráneo,

yo, quien no tiene lágrimas y con la vida en el polvo

digo de parte de un corazón ya engusanado


¡Ya no más cadáveres mutilados!

Y llenos de moscas

Y olorosos a carne manida

Y abandonados a la orilla de la quebrada

¡Ya no más!



Dice la Biblia:

Todo lo nacido de origen en la carne acaba en el polvo

Y los ladridos del perro son un encuentro

Un encuentro entre el cielo y la tierra:

Un ladrido del viento loco

Y una mordida de la tierra reseca



Oigan ladrar los perros

Mala cosa

Si los perros ladran es que hay gente rara en los potreros


La leña humeante penetra la guadua en el techo

Se diría que sostiene el techo

Trance entre lo inmaterial y lo inhumano


Oigan ladrar los perros

Mala cosa

Si los perros ladran es que hay gente rara en el callejón


El tizne

Los tendones como fibras rasgándose

El rojo del vino aunque salobre, sin el aroma del vino

El pocillo manchado confirma su uso pasado

Y la piel en tirones refresca el secreto humano del egoísmo

Y los coágulos esparcen el perfume de la bestia



Oigan ladrar los perros

Mala cosa

Si los perros ladran es que hay gente rara en los solares


No más fosas llenas de calaveras

No más fosas de calaveras envueltas en trapos

No más calaveras amarradas con alambre de púa

No más fosas llenas de calaveras



La mancha negra del guácimo al otro lado de la cerca

Y las lucecitas como cocuyos acosando la oscuridad

Y las explosiones, yo diría cerca de la charca del güío

Y La neblina en el guadual, digna de mortaja fúnebre



Desde el butaco veo la madrugada de un año inmemorial

Así veo la experiencia perdida del sereno que vuelve ciego y sordo el corazón del enviado especial de la muerte

Así veo el corazón de la noche, volcánico

afiebrado, delincuente

corazón poseído por el misterio de fosas sin sepultura



La madrugada avanza

Trajeada con falda de brisa y blusa de conspiración

Pues si vienen por mí, otra vez…

Ya no pueden matar un alma en pena


Un alma en pena, un alma en pena, un alma en pena


Tiempo atrás en lucha y calma con la carne

Yo era un cuerpo memorial antes

Yo era un cuerpo afligido

Fui carne podrida

Fui un cuerpo herido

Fui un cuerpo desmembrado

Deshilachado por picotazos

de aves negras

Molido de huesos por perros hambrientos


Esto que pienso ahora, meditaciones las llama el autor,

esto que creo es por los muertos del caserío: son los muertos de una guerra que no era nuestra guerra

Nacimos en medio de la guerra

y crecimos con los olores y sonido de las balas

Por la ideología de unos con deseos de poder

Por el pedazo de tierra anhelado por otros

Por el odio de un hijo, vengando con la muerte

de diez más su pérdida y odio


Tiempos duros estos

Y crueles

Y de sangre

Y de viudas

Y de huérfanos

Y de hambrientos

Tiempos duros estos

Los helicópteros pasan justo encima del techo

El viento, las hojas de zinc

Y las ramas del mango

Y las latas del portón

¡Todo se estremece!



A las 4:30 A.M.

Hora de enjalmar el burro

Hora de ordeñar

Hora de cargar las cantinas

Hora de andar las veredas

Hora de otro tinto donde Remigio


Polvo somos

Y en polvo terminé



En la tienda ya no fían

No hay tendero

Y no hay qué fiar

(Maryuri un día no abrió la tienda

Al otro no amaneció)

Y no hay partidas de dominó

con Deyanira exhibiendo sus dotes inclinada en el mostrador

Y Roque al tanto de la jugada


Ya no se sabe quién es el que mata

La violencia esta aquí

En la cantina

En la escuela

En la tienda

En la gallera

En el parque

En la falda del cerro


Fíjense nomás

La maestra un día no amaneció

Y no se escuchan más las vocales en la mañana

Ni el Himno Nacional al mediodía


Y el garitero ya no pone bolas de billar en las mesas

El paño acumula moho y humedad



Los helicópteros pasan justo encima del techo

El viento, las hojas de zinc

Y las ramas del mango

Y las latas del portón

¡Todo se estremece!


En estos tiempos tan duros


Tiempos duros, tiempos duros, tiempos duros


Ya no se puede tener un pedazo de tierra

O hablar del gobierno

O tener una gallina de más

O tener unos billetes de sobra, si es que hay


Si dicen que somos culpables, somos culpables

Y no hay quien nos desmienta

Ni nos reconozca

Ni nos defienda

Ni nos dé confianza

¡Muchos menos que nos recuerde!

Se olvidan tan rápido de los muertos

Nos olvidan tan rápido

Ni una tumba hay de recordatorio

No hay tumbas que visitar.



Tantos muertos a la orilla de la quebrada

Tantos muertos sin sepultura

Tantos muertos sin dolientes

No hay tumbas para recordar



El silencio detuvo su recorrido salpicando de groserías y sangre

el amanecer

con voces del lado de la cerca

Voces con el sigilo del gato montés

Voces de la bestia carnívora

Voces sin sombra y de una región dormida

Voces sin contacto con la madrugada


Un gallo canta en el solar de Martiniano

Sí, viene del solar de Martiniano

Es el cenizo del picotazo seco

Ganador siempre

Gallo atrevido y confiable


El bramido de una vaca arrea la brizna en el potrero de Eutiquio González

Sí, es la vaca pintona de Eutiquio

Da gusto ver esa pintona con las trece botellas al día



Por donde quiera que pase

el enviado especial de la muerte deja intacto el miedo de todos al nacer: El miedo a morir sin ver otro día

Y no da tregua el miedo en cada quien

Desde la oscuridad llega la persecución con el poder y la voluntad de matar

Y el mundo bello

La calma

Los beneficios de días soleados

Mueren con el morir de los ojos:

El calor y el color de los ojos mueren con los gusanos

He visto con ritmo pausado, pestilente y húmedo la carnaza de la muerte al ritmo de los gusanos, ciempiés y escarabajos…


Ya no hay jornaleros para coger el algodón

Ya no hay lavanderas en la quebrada

Ya no hay señoras para hacer de comer

Ya no hay tendera en el pueblo

Ya no hay maestra en la escuela


Hay más cuerpos engusanados

Llenos de moscas

Olorosos a carne manida


¡No más cadáveres devorados por los perros!

¡No más disputas entre perros y cerdos por una mano huesuda!

¡No más!


Hay más esqueletos inmundos

Con la podredumbre en las costillas arropadas con rastrojo

Y la tortura en el cráneo como las espinas del vencido


¡Hasta cuando tenemos que llorar!

¡Hasta cuando tenemos que callar!

¡Hasta cuando tenemos que agachar la cabeza!

¡Hasta cuando tenemos que tragar entero el miedo!

¡Hasta cuando!



Hay más muertos,

¡Dios mío!

No saben lo que hacen


No más cuerpos en la orilla de la quebrada

No más cuerpos olorosos a carne manida

No más cuerpos con las moscas zumbando

¡No más muertos!

¡No más!