viernes, septiembre 09, 2005

MIRAMAR O LA IMPOTENCIA DEL CHE

Cuando Ernesto Guevara, que aún no era conocido como El Che, salió a recorrer América con Alberto Granado se vio tentado por el destino en uno de los episodios más extraños de su vida.

Los dos amigos salieron de Villa Gesel, al norte de Mar del Plata, y vinieron a anclar en Miramar. Con la excusa de encontrar un hogar a su perro Come-back, el joven Ernesto se quedó en los ojos, y el regazo de una mujer, miembro de la familia que adoptaba a Come-back. Guevara llegó a tener la idea de quedarse en un pueblo tranquilo, tener hijos y un Buick, en un ‘universo burgues’. En ese instante el Che quedó ‘en un remanso, indeciso, supeditándolo todo a la palabra que consintiera y amarrara’.
Su indecisión se hace evidente cuando antes de reiniciar el viaje recuerda los versos de Otero Silva que dicen:

“Yo escuchaba chapotear en el barco
los pies descalzos
y presentía los
rostros anochecidos de hambre.
Mi corazón fue un péndulo entre ella y la
calle.
Yo no sé con qué fuerza me libré de sus ojos
me zafé de sus
brazos.
Ella quedó nublando de lágrimas su angustia
tras de la lluvia y el
cristal.
Pero incapaz para gritarme: ¡Espérame,
yo me marcho
contigo!”.


Ernesto Guevara partió días después con, tal vez, la misma sensación que tuvo Ulises al despedirse de Circe, con aires de victoria hinchando las velas de un viaje que presagiaban la llegada a la Itaca de su nombre mítico de El Che. Pero días después de su salida de Miramar dudó de la fortaleza con la que tomó su decisión aunque ya el destino tomaba rumbo y, de la aventura en Miramar, quedaba en el aire la conversación en la que Guevara le pide a Chichina (la dama en cuestión) su pulsera de 29 kilates como compañera de viaje, guía y recuerdo.
A veces releo estos versos de Otero Silva y veo a un joven latinoamericano, con la cabeza gacha intentado en vano no mojarse con la lluvia que cae, de pie en el borde de una acera, incapaz para gritar:


¡Espérame,
yo me quedo contigo!.