A propósito de una crítica lanzada sobre el uso del estilo narrativo de Tabucchi, y como ya mi postura sobre el tema está más que clara -recordar que la idea de este weblog es algo de (meta) literatura portátil (inspirada en Tabucchi mismo junto a Vila-Matas) con base en mis recuerdos (inventados o no) y con referencias (expresas y obvias en su mayoría) a temas literarios o de actualidad o de lo que se me de la gana- , me permito reproducir aquí dos artículos publicados en el diario
El País de España que muestran las dos posturas sobre el tema de la metaliteratura bajo el título El ADN de la literatura.
La pregunta es si es o no es valido usar recursos narrativos o de historia de otros autores para obras propias. El primer artículo es un corto reportaje sobre el tema que se abre con la pregunta de si la metaliteratura es ¿Homenaje, inspiración, narcisismo o crisis creativa?(para Kerberos mi postura sobre el tema es narcisista aunque yo ceo que es más una mezcla entre crisis creativa e inspiración sin necesidad de que esto se algo malo sino más bien otro paso en el proceso de escritura). El segundo artículo es un texto de opinión de Jordi Llovet, crítico literario, catedrático de Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona y autor de Teoría literaria y literatura comparada (Ariel) y Lecciones de literatura universal (Cátedra). Ambos artículos fueron reproducidos el diario El País de España, Edición del sábado, 11 de noviembre de 2006, en su suplemento cultural
Babelia - 11-11-2006.
Bien podría dejar los links y hacer más corta la entrada pero Babelia no siempre guarda sus archivos así que dejo a continuación los artículos, de los cuales hago la salvedad que edito dos párrafos del primero de ellos cuando éste toca los temas de las diferencias entre realidad y ficción por considerar que no aportan al debate, y que si quieren leer entero el reportaje puede seguir
este link. Ahora sí, los artículos:
NOVELAS QUE SE NUTREN DE NOVELAS
Reportaje, por Winston Manrique Sabogal
La literatura que se inspira en sí misma aumenta su presencia en las librerías. Zadie Smith rinde homenaje a Regreso a Howards End; Molina Foix, a varios escritores españoles; Leonardo Padura, a Hemingway; Joaquín Pérez Azaústre, a Fitzgerald, y ya está a la venta la continuación oficial de Peter Pan. Escritores y editores dan las claves de lo que significa este resurgir de la metaliteratura que siempre ha impulsado a la creación literaria. ¿Homenaje, inspiración, narcisismo o crisis creativa?
Los tres lo rondaron, los tres lo contemplaron. Ejercieron de narcisos ante el estanque de la literatura y no se ahogaron. Es más, Dante, Cervantes y Joyce son tres de los escritores que después de observar el pasado literario renovaron el arte de escribir.
Eterno ha sido el peregrinar de escritores a esa fuente de inspiración. A la metaliteratura. Sobre todo a medida que avanzaba el siglo XX y mucho más en este nuevo milenio. "Al hombre le conmueve la memoria del pasado y le fascina saber que el futuro pasa necesariamente por él", reflexiona el novelista Andrés Trapiello.
Una historia de caminos y atajos con amigos y detractores. Mientras unos consideran este auge de autorreferencias literarias como una forma para que una obra perviva en otra en una especie de legación de ADN, otros ven este abuso como una señal de decadencia creativa y de desconexión del autor con el mundo real.
Pero la realidad es que las más recientes visitas a ese estanque de la literatura ha repoblado cuatro senderos literarios: nuevas visiones de títulos como Regreso a Howards End, de E. M. Forster; Peter Pan, de J. M. Barrie, e Ilíada, de Homero; homenajes a personajes literarios como los del Quijote, Penélope y Robinson Crusoe, a cargo del Nobel J. M. Coetzee; inspiración de una obra a través de la vida de novelistas como Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Henry James, y la exaltación de la literatura como arte, refugio y vía de escape y libertad en obras tipo Lolita en Teherán, El club de lectura de Jane Austen, El librero de Kabul y Balzac y la joven costurera china, con la que Dai Sijie populariza aún más este tipo de narraciones en el año 2000.
Sus autores creen que lo genuino también está en la reinvención de lo ya escrito o del mundo que le da vida. Y para ello cuentan con Goethe como aliado inmejorable cuando dijo que "la originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otros".
Prólogo.
Los mismos albores de la literatura guardan el germen de la metaficción. De la necesidad de nutrirse de sí misma para avanzar. Trapiello, autor de Al morir don Quijote, donde narra la continuación de los personajes de la obra de Cervantes tras la muerte del hidalgo caballero, lo deja claro: "La Eneida, la mayor aportación de Roma a la literatura, es, 800 años más tarde, la continuación de la Ilíada, y la Divina Comedia, de Dante, en la que se funda la literatura occidental, no puede comprenderse, mil años después, sino a partir de Virgilio y la Eneida". Las referencias antiguas son infinitas, según Javier Azpeitia, editor de 451 Editores que prepara una colección en la que un grupo de escritores españoles reescribe obras como El cantar del Mio Cid y El lazarillo de Tormes. Recuerda que toda la dramaturgia griega, tragedia o comedia, reescribía los mismos temas mitológicos, "y la Biblia ha sido un punto de referencia constantemente repetido y rehecho desde la Edad Media".
¿Por qué esa fascinación de los escritores en mirar en su propio pasado? En cierta medida porque buscan inspiración. "Nos vemos en otros escritores como en un espejo revelador de nuestras capacidades y temores", confiesa Leonardo Padura, autor de Adiós, Hemingway. El aumento de este recurso creativo se puede deber a la crisis de identidad del individuo que obliga a revisar los mitos, "a mirarnos en su espejo, quizá por una necesidad de mascarada con la que explicarnos a nosotros mismos y también frente a los otros", analiza Joaquín Pérez Azaústre que, en El gran Felton, rinde homenaje a Fitzgerald.
Presentación.
Es un juego de espejos. Entre los motivos del aumento de esa retroalimentación, aclara Azpeitia, está que puede ser una respuesta al realismo decimonónico que postulaba que la ficción debía ser una representación fidedigna, hasta científica, de la realidad. "No se daban, no se dan cuenta, de que representan la realidad de una forma convencional. Frente a la tendencia general, ciertos autores comprendieron que ése no era el camino en el siglo XX, y se alejaron del periodismo, que les parecía uno más de los géneros de la narrativa de ficción. "Escribo. Escribo que escribo...". Un punto de partida para explorar el mundo de la ficción mirándose hacia dentro para explicar la realidad.
Una forma más de inspiración. Porque lo real y el mundo literario son parte de la realidad. "El autor se apropia de esas ideas de la literatura y de su experiencia lectora de la misma manera que utiliza sus vivencias, sus sueños o la historia. Así es como en su vida se incorporan de manera natural escritores o historias de ficción. Son parte de su mundo. Es que el arte siempre se ha nutrido del arte", reflexiona Vicente Molina Foix, que publica El abrecartas, una novela en clave epistolar donde los escritores son el pretexto para contar la historia de personas que escribían.
Nudo.
Frente a los que hablan de un síntoma de decadencia o crisis creativa, Padura responde que se escribe sobre Todo, y que en ese Todo también está la literatura, obligando a miradas de la realidad que pasan a través de ella. "Sería la misma crisis de Dante cuando descendió con Virgilio a los infiernos, y si Dante no estaba lleno de vida que vengan los realistas, a ver qué viven", añade Pérez Azaústre.
Crisis y decadencias son eslóganes y epígrafes que no tienen nada que ver con la realidad de la propia literatura, asegura Molina Foix. Y cita dos de los pilares sobre los que se sostiene el arte de escribir: Don Quijote, de Miguel de Cervantes, lleno de juegos metaliterarios y revisión de los libros de caballería, y Ulises, de James Joyce, una reescritura de la obra homérica poniendo personajes y situaciones, pero sobre todo un lenguaje moderno. ¿Endogamia y autocomplacencia? Según el autor de El abrecartas, son revisiones, relecturas y homenajes que confirman un renacimiento más. Todo está inventado desde los griegos, y desde entonces el escritor lo que hace es reinventar la historia.
¿Es entonces una muestra del fracaso del escritor para conectar con lo real? Quienes piensan eso son quienes confunden ficción con realidad, los herederos de los que tiran piedras al actor que hace el papel de malvado, explica Azpeitia.
[…],
Y concluye [Trapiello] dando una clave de la intrahistoria literaria: "Los contemporáneos de un escritor son los grandes escritores, y raramente sus vecinos de generación".
Desenlace.
El escritor británico David Lodge, que con ¡El autor! ¡El autor! homenajea a Henry James, escribió en su ensayo El arte de la ficción que "el discurso metafictivo no es tanto una escapatoria o coartada mediante la cual el escritor puede rehuir de vez en cuando las obligaciones que impone el realismo tradicional; es más bien una preocupación central y una fuente de inspiración". Así, la herencia literaria en versiones o remakes, sentencia Azpeitia, hace que la literatura de una obra perviva en otras, del mismo modo que un hombre pervive en sus descendientes legándoles su ADN.
EL PESO DE UN LEGADO
TRIBUNA: por Jordi Llovet
Si Grecia no hubiera urdido la mejor literatura jamás conocida en Occidente y si Roma no hubiera sido tan proclive a la ociosidad y el excursionismo, los avatares de la tradición literaria europea habrían sido muy distintos; pero fueron tan potentes los logros de la literatura griega arcaica y clásica y fue tan poderoso su influjo en una Roma poco original, helenizada y expansiva, que desde entonces para acá, acaso con la salvedad que se apuntará al final de este artículo, la literatura de nuestro continente se ha visto empujada -sin asomo de violencia, por lo demás- a repetirse, glosarse, comentarse a sí misma y autorreferirse a partir de sus formas, argumentos y procedimientos primigenios. Sólo cabe añadir la influencia de la literatura bíblica para que quede completamente dibujado el mapa de los ancestros literarios de Poniente.
Desde entonces, es decir, en el más generoso de los casos desde Israel, Grecia y Roma, casi todas las literaturas que se han producido en el seno de nuestro continente y de nuestras lenguas, las antiguas, las modernas y las contemporáneas, han acusado la impronta de un legado que, por su mero peso específico, tenía todas las posibilidades, y aún más, de perdurar y de quedar, en el trasfondo de toda materia literaria, como un monumento no sólo indeleble y substancial, sino, además, útil, productivo y apetitoso.
Las órdenes monásticas medievales se encargaron de una conservación todavía digna de aplauso y del mayor asombro y reconocimiento; el movimiento humanista, desde Petrarca, sólo pareció vivir para restaurar los grandes hitos de las literaturas clásicas; Neoclasicismo, Ilustración y Romanticismo no fueron ajenos a esta restauración, y hasta movimientos episódicos como el de los Parnasianos en Francia o el de los Novecentistas en Mallorca y Cataluña forjaron una literatura basada no sólo en los procedimientos de la mímesis de lo real, sino también en la copia o la reelaboración de los emblemas literarios heredados. En este sentido, el juego entre literatura y metaliteratura, o entre ficción y metaficción si nos ceñimos a este género, ha sido constante a lo largo de más de treinta siglos de producción oral y escrita en nuestras tierras. Toda originalidad ha estado cargada de legado, y este legado ha conocido metamorfosis que no llegan a disimular, en muchos casos, la fuerza -angustiosa para unos, celebrada por otros- de los patrones canónicos originales: Galdós recreó el drama de Electra, Unamuno siguió la errancia de Caín, Thomas Mann resucitó la historia de José y sus hermanos en una de sus novelas más fastuosas, Joyce hilvanó su Ulysses de la mano de las aventuras de Odiseo, y hasta Kafka, siempre tan moderno, no dejó de recordar, remodelándolo, los mitos de Poseidón, Prometeo o el canto de las sirenas.
Luego, con los siglos, se añadieron más valores canónicos a los que ya existían: y ahí quedan los herederos de Cervantes en la literatura inglesa y norteamericana o los de Shakespeare y Goethe en la literatura universal para dar cuenta de esta extraña pasión gracias a la cual la historia literaria de Europa acaba simulando una maraña de hilos en la que siempre cuesta distinguir los cabos fundacionales de sus consecuencias más o menos deshilachadas: todo se confunde cuando se ha leído más de la cuenta, más todavía si se ha leído sin orden sistemático, y parece ya imposible hallar, en nuestras literaturas, algo que pueda ser denominado original en absoluta puridad: muy cerca de nosotros queda Borges para demostrarlo.
Quizás con una salvedad: los últimos cincuenta años de nuestra historia literaria continental parecen más desmemoriados que todas las centurias que los precedieron; y hoy abundan, más que nunca, dos fenómenos que se hallan en polos opuestos: por un lado, juegos malabares de metaficción al estilo de Pálido fuego, de Nabokov, o de Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas, que excusan un viaje al pasado más original de nuestra cultura literaria; por otro lado, producciones escritas en el seno de culturas que cabría denominar "ingenuas" -siguiendo a Friedrich Schiller-, que elaboran sus ficciones, por ignorancia o por sobrepeso de sus determinaciones históricas contemporáneas, sobre el relieve de los hechos más candentes y reales: así en el caso de muchas literaturas emergentes de Europa, más todavía de otros continentes, felizmente desorientadas según como se mire, gracias a las cuales surge de nuevo, como en los albores de nuestra tradición, una literatura inmediatamente adecuada a los datos ofrecidos, de primera mano, por la realidad.
Hubo una mímesis cargada de inocencia tiempo atrás, pasaron muchos siglos de metaliteratura preñada de admiración o de nostalgia, y parece que asistiremos, cada vez más, a la restauración de una literatura de ficción por fin liberada tanto del peso del canon literario como de la neurótica pasión de hacer literatura sólo sobre la base de la literatura misma.