Esto no pretende ser una reseña literaria, ni una crónica. Es cómo viví mi lectura de Cormac McCarthy, uno de los autores que no gusta de entrevistas y ganador este año del premio Pulitzer. Para iniciar, recuerdo la impresión que me causó la lectura de "El corazón de las tinieblas" de Conrad. Ese viaje hacia lo desconocido que lleva al viejo Kurtz, al malvado Kurtz. Ese viaje empieza con el color blanco, el espacio vacío y blanco del mapa de una África esclavizada, y que se va llenando con colores, olores, locura y muerte.
Luego vi un viaje similar, por los desiertos de Sonora. Siguiendo los rastros de "Los detectives salvajes" encontré el relato de un autor sin rostro, su nombre es Cormac McCarthy. Nació en 1933 y vive, al parecer, en El Paso, Texas. Es uno de esos autores norteamericanos que como Salinger o Pynchon no gustan de ofrecer su rostro a los medios. Se dice que ha vivido debajo de una torre de explotación petrolífera, que ha sido camionero, que se traslada de motel en motel escribiendo sus obras por los desiertos de la frontera entre México y Estados Unidos. Leí, primero el libro
Meridiano de Sangre . El recorrido de E
l Chaval, uno de los dos personajes centrales, parece ser un viaje que lo lleva a un peaje, la ruta para llegar al puesto fronterizo del infierno. No necesitamos llegar al final del libro para conocer el corazón de las tinieblas, pues el autor parte de ahí, como si el
Marlow de Conrad hubiera seguido su viaje más allá de
Kurtz, para dar con su jefe,
el juez Holden.
Aunque el libro toca temas de paramilitarismo en la frontera mexicana y norteamericana a mediados del siglo XIX, empieza en uno de sus primeros capítulos, cuando el chaval inicia su recorrido, con un viejo esclavista, un negrero, arruinado y ermitaño en un desierto que no da frutos y sin más comida que una liebre podrida. El Chaval le pregunta cuánto tiempo lleva ahí, y el antiguo negrero no responde con fechas, sino que, como dice McCarthy en el libro: "Se puso a buscar entre las pieles y le pasó un pequeño objeto oscuro sobre las llamas. El chaval lo examinó. Era un corazón humano, seco y renegrido. Se lo devolvió al viejo y este lo acunó en la palma de la mano como si lo sopesara". El corazón le había costado doscientos dólares, lo que había costado el negro esclavo que había sido propietario del mismo.
Después de eso viene lo que se puede describir como el horror, el mal, la sangre y el polvo que se mezclan para hacer la masa con la que se construyen los ladrillos de la civilización. El Chaval termina enrolado en un grupo paramilitar, encargado de asesinar indios apaches y comandado por Glanton, pero bajo el dominio total de su 'líder espiritual', un gigante albino sin cabello ni cejas, naturista, casi científico, asesino y violador de hombres, mujeres y niños, el juez Holden.
No me había terminado de quitar la sangre de las manos cuano leí "Unos caballos muy lindos" y empecé la llamada trilogía de la frontera. Dos amigos deciden huir del mundo que ya no es para ellos. A mitad del siglo XX recorren los mismo territorios de frontera "buscando transformaciones sin fin en los trayectos de otros hombres como acontece a todo viajero". Se convierten en domadores de caballos en México. Desplazados de la televisón y los autos, las guerras y la soledad. Parecerían ser el germen de los futuros Arturo Belano y Ulises Lima de Roberto Bolaño, pero sólo en la ficción temporal, pues ambas novelas son contemporáneas entre sí.
McCarthy siguió escribiendo desde el anonimato, sin conceder entrevistas ni charlas. Acaba de ganar el premio Pulitzer con su novela "On the road", ambientada en la misma frontera, pero ahora llena de corridos, mafiosos, dólares, soledad. Los personajes de McCarthy se parecen un poco a ese personaje de Sin City del que se dice que nació en un siglo equivocado, que se habría sentido muy a gusto en un mundo de batallas antiguas con una espada y un hacha en la mano.
Los dejo con un extracto de los incios del viaje de El Chaval en Meridiano de sangre:
"Hay en este local un viejo menonita trastornado que se vuelve para mirarlos. Es un hombre flaco con chaleco de piel, en la cabeza un sombrero negro de ala recta, bigote ralo. Los reclutas piden whisky y apuran sus vasos y piden más. En las mesas adosadas a la pared se juega al monte y en otra mesa hay putas que miran a los reclutas. Los reclutas están medio de espaldas a la barra con los pulgares metidos en el cinturón y observan. Hablan entre ellos en voz alta acerca de la expedición y el viejo menonita sacude mohíno de la cabeza y bebe un poco y murmura.
Os pararán al llegar al río, dice.
El segundo cabo mira hacia dónde está el hombre.
¿Me lo dice a mí?
En el río. Ya veréis. Os meterán a todos en la cárcel.
¿Quién?
El ejército de los Estados Unidos. El general Worth.
Y una mierda.
Rezad para que así sea.
Mira sus camaradas. Se inclina hacia el menonita.
¿Qué significa eso, viejo?
Si cruzáis ese río con vuestro ejército de filibusteros no volveréis nunca.
No pensamos volver. Vamos hacia Sonora.
A ti que más te da, viejo.
El menonita contempla las sombras que hay entre ellos y que se reflejan hacia él en el espejo de detrás de la barra. Se vuelve a los reclutas. Tiene los ojos húmedos, habla despacio. La ira de Dios está dormida. Estuvo oculta un millón de años antes de que el hombre existiera y sólo el hombre tiene el poder despertarla. En el infierno hay sitio de sobra. Oídme bien. Vais a hacer la guerra de un loco a un país extranjero. Despertaréis algo más que los perros.
Pero ellos censuraron al viejo y le maldijeron hasta que se apartó de la barra murmurando, ¿y cómo iba ser si no?
Estas cosas terminan así. Entre confusión e insultos y sangre. Siguieron bebiendo y el viento soplaba en las calles y las estrellas que habían estado en lo alto descendieron hacia el oeste y aquellos jóvenes se indispusieron con otros jóvenes y hubo intercambio de palabras imposibles de enmendar y al amanecer el chaval y el segundo cabo se arrodillaron junto a el chico de Misouri que se llamaba Earl y pronunciaron su nombre pero el otro ya no podía responder. Estaba tumbado en el polvo del patio. Los hombres se habían ido, las putas también. Un viejo barría el piso de arcilla dentro de la cantina. El chico yacía en un charco de sangre con el cráneo reventado, nadie sabía a manos de quién. Alguien se les acercó por el patio. Era el menonita. Soplaba un viento cálido y por el este asomaba una luz gris. Las aves que pasaban la noche entre las parras habían empezado a agitarse y a cantar.
Hay menos alegría en la taberna que en el camino que conduce a ella, dijo el menonita. Se puso en la cabeza el sombrero que sostenía en las manos y giró en redondo y salió por la verja".
28 de mayo:
Hace una semana: salí de la casa y me llamó un amigo, A., aún no eran las 9 a.m., me habló de una campaña de sanidad pública, y que Cormac McCarthy había ganado el premio Pulitzer por su novela "On the road". Una hora más tarde Lobo me llama, hablamos de la campaña de salud pública de A. Me siento bien por haberle recomendado , como si le hubiera dado el número del caballo ganador, a McCarthy. Ahora recuerdo lo desolador que puede llegar a ser McCarthy y me arrepiento de la recomendación.
Hace unos días Lobo me había llamado para que viera la película de "Unos caballos muy lindos" de McCarthy, la pasaban a la media noche y no tuve fuerzas para verla. Estoy muy cansado. Quedé en la semana de llamar a la niña Tornatore y no lo hice. El viernes, gracias a Nahum, terminé en una cena llena de mujeres con abrigos de piel, y algunas llevaban guantes que parecían estar siempre a medio poner, y entre ellas había una ministra, y una senadora, y una que otra madre, y una que otra extranjera, para terminar en la noche encontrándome con el viejo A., en un recorrido macabro. Esta mañana me levanté a las cuatro de la mañana para escribir unos ensayos, terminé muy temprano y fui a buscar el dinero que mantenía dentro de uno de los libros de McCarthy, "Ciudades de la llanura"; no tenía dinero ya y tuve que decidir entre ir a la universidad o ir al trabajo. Me queda lo de comprar medio paquete de cigarrillos. No hubo un lindo amanecer por la lluvia. Hace días que no uso el teléfono de la casa. Voy a abandonar el centro de la ciudad. Hoy iré a ver con una amiga la tumba del señor de Sipán.