Bueno, ya les he hablado antes de Jairo como el Perro Zombi. Ahora los dejo con H y S 4ever. Recuerdo que Jairo me pasó este cuento cuando ibamos en un bus, ya muy tarde para una conferencia que debía dar Jairo. Como simepre me morí de la risa, no estuve de acuerdo con el final, pero como dice él, sus personajes no pueden ganar.
H y S 4ever
Día 0
Mi novia acaba de dejarme por Adolfo Hitler. Maldito nazi asaltacunas. Parece que vive en Suba, al menos es lo que ella dice. Yo creo que tenemos que darnos un tiempo, estoy enamorada de otro, me suelta, tipo cuatro de la mañana. ¿De otro? De quién. Un man de Suba. Luego me relata la forma en que la abordó, cuando fotografiaba insectos por la variante al Humedal de La Conejera. Ella estudia fotografía, mientras consigue cupo para once en otro colegio el año próximo. Yo soy técnico laboral en medicina forense. Trabajo en Medicina Legal, Tauro. Terráqueo, persistente. El cabrón la envolvió con su diplomacia de la segunda guerra, yo diría que usó su táctica de La guerra relámpago. No conoce otra. Esa misma tarde Sandra se lo estaba dando en un lujoso motel de las afueras. Pero, ¿qué demonios puede hacer Hitler en Suba?, pienso. Nada constructivo, desde luego. Algo más debe traerse entre manos, aparte de la estimulante anatomía de mi ex. Maldición. Sólo pensar en Sandra como mi ex afila en mi cabeza atrocidades que hacen de Auschwitz un amoroso hogar de madres comunitarias. La diferencia radica en que mi campo de concentración se concentrará en un único huésped. Y ese por supuesto será Hitler.
Día 1
La información es poder. No me importa si tengo que venirme a vivir a la Luis Ángel, necesito sonsacar hasta el último detalle de su deplorable vida y obra. Me las acabo de arreglar para ocupar un cubículo de investigador, desalojando a un achacoso sociólogo, violentólogo, o lo que sea. Sospecho que esta investigación es prioritaria para el sostenimiento de nuestro depurado sistema democrático. Escucho su discurso sobre Polonia mientras hojeo Mi lucha, una insoportable autobiografía que parece tecleada por un equipo de primates. El discurso en cambio se las trae. No entiendo un pelo de alemán, pero no lo necesito. La grabación es ópera futurista, patafísica pura. Nada qué hacer, es un astro del terror, un siquiatra de la Historia. Así, por ejemplo, su programa fue implacable y primigenio, sólo comparable con el de la peste negra. Terapia preventiva de electrochoque contra el fantaseo y la indiferencia. Un poeta maldito de la guerra. Le ayudaba el empaque, su pinta de antihéroe. Pero el proyecto le falló por el ombligo. Ser no implica poseer, y viceversa. Un defensor de la superioridad aria que es tan ario como un zulú no puede sino cometer muchos más errores de ahí en adelante. Como el de atacar a Rusia en invierno. O el de meterse con mi novia. Voy a descerebrarlo por el Talón de Aquiles. Voy a rifarlo en Jerusalén el 24 de diciembre. Me zampo a pedazos un montón de libros, audio, videos y enciclopedias hasta que dos empleados de seguridad me sacan del cubículo a la fuerza. Ahora información es sinónimo de embotamiento. Y aunque mi cerebro sigue en blanco sobre sus propósitos o la manera ideal de destruir al enemigo, la idea sigue bien aferrada, como una garrapata en celo. Nadie dijo que iba a ser una tarea sencilla, seguro grupos rebeldes de boy scouts y bandas de skin heads lo protegen. Ni qué decir de los espiritistas, nigromantes y síquicos que siempre lo rodearon. Pero quisiera evitarme otra visita a este depósito de sabiduría. Concluyo que no debería trabajar solo. Estoy claro con el siguiente paso. Necesito ayuda de mi gobierno.
Día 2
Sigo a Sandra desde que salió de su casa, acaban de encontrarse para almorzar en una crepería. El genocida va de civil, usa gabán y sombrero, según la moda de sus mejores tiempos. Ni siquiera se ha tomado el trabajo de afeitarse. Luce con insolencia su característico bigote de media brocha, como si le valiera hongo que lo reconozcan. Después del postre paran un taxi y se dirigen a Suba. Parece que van a meterse a un edificio. Le digo al conductor que se acerque rápido, le pago y me bajo en un solo movimiento.
-¡Sandra!
-Hola. Y tú qué haces por acá. ¿No deberías estar en la morgue?
-Tengo el día libre. Por fin Bogotá es un oasis de paz. Incluso temo perder mi trabajo.
-Ah... pues qué embarrada. Oye, te presento a Adolfo. Adolfo, Richie.
-Mu-cho-kústo.
-El gusto es mío. Oiga, usted se me hace conocido. Me parece haberlo visto en la tele, o en una revista o algo así.
-Richie, Adolfo no habla bien español, no creo que te haya entendido ni jota.
-Veo.
-Bueno, nos vemos, que te rinda tu día de vago.
-No, no, espera. Tengo una mejor idea. Por qué no vamos a caminar por ahí, le mostramos los atractivos del sector a Adolfo, nos tomamos unas fotos... buena onda.
Sonrío como un estúpido para aminorar sospechas. Sandra parece considerar todas las posibilidades. Luego se acerca al patrocinador de la cámara de gas y le habla al oído. Este asiente con la cabeza, bajando los párpados, muy digno el hijo de puta. Mientras caminamos y digo cualquier cantidad de tonterías sobre esto y aquello, Sandra se ve cada vez de mejor ánimo. Seguro le parece que soy un buen violinista, que luego podemos ir a ver una película, o a Centro Chía, a comer fresas con crema. A ratos las mujeres tienden a ver el mundo como a un hijo. En un tiro está tan contenta que se le ocurre tomarse una foto posando junto a un tacho de basura. Lo señala con la mano, saca cadera, pie en punta, sonríe al mejor estilo de una modelo que presenta un novedoso producto contra la infelicidad. Cuando estoy listo para disparar la cámara el dictador me hace un gesto, se quita el sombrero, se acomoda a su lado y rodea su cintura con un brazo. Una paloma se acerca, Sandra la espanta de un zapatazo. Tomo la foto, se las muestro con falsa alegría y pienso que por hoy ya he tenido suficiente. Prometo aparecerme mañana para bajar las fotos, ella me confirma el domicilio del nazi.
Día 3
Son las cuatro de la tarde. Agarro a Sandra de la muñeca antes de que se meta en “Miradores de Suba”, el edificio en el que vive Hitler. La aprieto un poco para que vea que la cosa es grave.
-Espera, tenemos que hablar, esto se va a poner a peso. Tienes que alejarte de este pendejo, en serio.
-Sabes qué, ya no me jodas. Supéralo, ¿bueno?
-Estás cometiendo un verdadero error, el imbécil sufre del Síndrome de Lolita. ¿Acaso no sabes lo que le pasó a Geli?
-No, ni me importa. Suéltame.
-Geli, su sobrina. Cuando la sedujo ella sólo tenía 17. Le montó una de celos hasta que la pobre no vio de otra sino suicidarse. ¿Quieres terminar como ella?
-...
-Para, quiero mostrarte algo, esto te confirmará que todo va en serio.
Saco una impresión del correo electrónico que le he mandado al presidente, con copia al Ministerio de Defensa, el Ministerio del Interior y la Reina Isabel. Ella me mira como si yo fuera el rayado, me rapa el papel de las manos.
<>
-Me caes bien cuando te haces el chistoso, llámame en estos días y nos tomamos algo por ahí.
-No estoy mamando gallo, te lo juro. Esto es real. Van a saltar chispas. No deberías estar aquí.
-Sí, claro, mañana lo dejo. ¿Entonces me llamas?
-Al diablo.
Doy media vuelta, de veras molesto. Cuando me meto al taxi alcanzo a entrever a la celebridad alemana, mirándome fijo, uniformado, cerrando significativamente el extremo de la cortina de su apartamento.
Día 4
Voy para Suba en un taxi inundado de adrenalina. Hace un solazo impresionante, llevo la ventana abierta, en la radio suena un reguetón de moda, todo esto amerita gafas negras. Me las pongo y me imagino la cara de Hitler cuando en unos minutos salga esposado del edificio, rodeado de helicópteros, tanquetas y fuerzas élite. Y yo junto al vicepresidente, quien ha sido encargado de comandar en persona el operativo. Preparé algo desde anoche. Voy a decirle un par de cosas en alemán, al oído, pa’ que afine. Suena mi celular, seguro algún general necesita más detalles para dar inicio a la operación.
-Por qué no está en su apartamento. Vinimos a recogerlo.
-Ya voy camino a Suba, me adelanté unos minuticos.
-No, cómo así, vuelva de inmediato. No podemos ponerlo en riesgo.
-Con quién hablo.
-Soy el asesor de vicepresidencia, por favor vuelva a su casa.
-No se preocupe, apenas llegue ubico a un comandante, o al vice, nada malo va a pasarme. Además ya estoy a nada de la acción, mejor arranque, allá nos vemos.
-De acuerdo, pero cuando llegue no vaya a moverse de allí, no importa lo extraño que le parezca todo. Quédese en la esquina, ya lo recogemos, ¿me entendió?
-Listo, no hay problema.
Pero al llegar, nada me parece extraño. La operación está tan bien diseñada que el vecindario fluye como si fuera una mañana cualquiera. No hay sospechosas furgonetas de floristerías parqueadas frente al edificio ni parroquianos leyendo la prensa en una banca o supuestos helicópteros de publicidad en la zona. Nada. Qué buen trabajo están haciendo. Hasta yo caería redondo. Me fumo un cigarrillo en el quiosco de la esquina, mientras espero que algún encubierto me aborde y me dé las indicaciones necesarias. Miro la hora. Falta poco para que empiece la fiesta. En eso entra a buena velocidad una ambulancia por la esquina. Frena rapando llanta unos metros más allá del quiosco. Cinco agentes disfrazados de enfermeros descienden a toda prisa. Se acercan y me inmovilizan en par movimientos, como si yo fuera su paciente. Me ponen una camisa de fuerza. Yo les guiño un ojo, son muy creativos, los cuerpos de inteligencia. Dentro de la ambulancia me aseguran a una camilla.
-Esto no es necesario. Hitler ya no puede vernos. ¿Dónde está el vicepresidente?
Nadie me responde. Uno de los enfermeros empieza a preparar una inyección. Algo anda mal, puede tratarse de contrainteligencia nazi. Intento levantarme, los otros me sujetan.
-El vicepresidente está en camino, no se preocupe. Todo va a salir bien. No se resista.
El enfermero me aplica el chutazo. Alcanzo a oír, lejana pero en súper estéreo, la sirena pegada al techo de la ambulancia. Mientras bajamos por la Avenida Suba, un Mercedes con escolta oficial se separa de la avenida y sube una de las rampas. Lleva un vidrio a media altura. En él van Hitler y Sandra, un poco acontecidos, mirando al vacío en silencio. Mientras la visión borrosa me lleva al demonio, alcanzo a ver en los muros de contención grafitis pintados a brochazos. Son corazones negros, atravesados por una flecha. H y S 4ever, dicen adentro.
11 de abril:
P.S: Hoy murió Kurt Vonnegut. Cuando me enteré recordé el primer libro que leí de él. Se titula Madre Noche. En la presentación de ese libro se puede leer en desorden lo siguiente:
"Esta es la única de mis narraciones cuya moraleja conozco. No creo que sea una moraleja extraordinaria. Sólo que, en esta ocasión, sé cuál es: somos lo que pretendemos ser, así que debemos tener cuidado con lo que pretendemos ser".
(...)
Después inicia a relatar el bombardeo sobre Dresde, los incendios, los muertos, el Dresde donde 135.000 Hánseles y Grételes habían quedado horneados como bizcochos de jengibre. Luego finaliza:
"Pero hay otra clara moraleja en este cuento, ahora que lo pienso: Cuando uno está muerto, está muerto.
Y todavía se me ocurre una tercera moraleja: Hagan el amor cuando puedan. Les sentará muy bien".
En su honor me prepararé esta noche un desayuno de campeones, sólo que sin aceituna.