jueves, agosto 07, 2008

Entre Edmonton y Winnipeg


No quería escribir un post porque no tenía palabras, un amigo sí las tenía y esto es una introducción muy larga y sin las palabras adecuadas a sus palabras. Este post es de una fotografía que aún no es, por eso arriba está Kevin Carter, uno de los más grandes fotógrafos de la historia como esprando a tomar la foto, aunque para ser honesto la foto de arriba es un tiroteo en medio de el enfrentamiento por el apartheid en Suràfrica y el amigo de Carter le toma una fotografía en un juego macabro en el cual alguno de los dos podría tomar la fotografía de su vida cuando las balas alcanzaran al otro.

No quería escribir y tal vez, lo he pensado mucho, tal vez éste sea mi último post o quizás no, aún no lo sé, tal vez un descanso estaría bien. "Pero, ¿Cómo había empezado todo?", así es como abre las discusiones Calasso en su libro "Las bodas de Cadmo y Harmonía", en el que que narra el origen del mito occidental. Todo empezó para mí con un anuncio, hace unos 15 días, en medio de una discusión sencilla e irrelevante sobre el mal en la literatura. El tema central era un pregunta y una crítica, la pregunta era si existía el mal gratuito y si éste merecía ser contado, la crítica era si es valido el que exisitiera en tantas obras literarias o cinematográficas la violencia gratuita.

Pero la verdad no sé cuándo empezó todo, tal vez si fue hace unos 15 días o podría ser anoche, cuando llegué a buscar al Chileno y en la portería del edificio una señora de unos ochenta años, toda vestida de negro y con un chal de los que usan para las misas de duelo, comentaba que venía de la iglesia en la Plaza de Las Nieves (a pocas cuadras de mi residencia) donde un hombre se había enloquecido y había disparado contra la multitud matando a una señora e hiriendo a un policía. La mujer lo contaba sin asombro, sólo como una curiosidad de su vida. El vigilante del edificio asentía y de repente un hombre muy anciano, de gafas muy gruesas, flaco y alto, también de unos 70 o 75 años, que estaba ahí sentado, con el bastón entre las dos manos, en un gesto que me hizo recordar a un Borges mucho más flaco y con gafas, mencionó que él recordaba un evento similar hacía unos ocho o diez años, cuando era médico y fue invitado a una cena en su honor a la que no pudo asistir. Esa noche iban a cenar con sus compañeros a un restaurante muy fino sobre la carrera séptima y un hombre llegó y sacó un revólver y empezó a dispararles a todos los que ahí estaban, incluidos sus amigos. No lo podía creer, yo estaba sentado a su lado esperando que bajara un amigo y socio del Chileno y aventuré un nombre para unirme a la conversación, la primera palabra que mencioné como pregunta al señor fue ¿Pozzeto?, el señor asintió y parecía ver una luz en sus recuerdos, y de nuevo afirmó como si recién recordara, Sí, Pozzeto era el restaurante. Entonces el nombre del asesino es Campo Elías, dije yo. Creo que la historia es de todos conocida, Campo Elías Delgado se pudo haber obsesionado con la guerra del Vietnam de la que era veterano, o se obsesiona con las clases de Mario Mendoza sobre el doble en la literatura y el Dr. Jekyll and Mr. Hide, ly en un diciembre asesina a su madre y quema su apartamento, luego asesina a otra serie de personas, se viste y va al restaurante italiano de lujo, lugar donde asesina 20 personas, pero con los asesinatos anteriores completa la cifra de 28 en el día. El anciano repetía una fecha, el 3 de diciembre, hará unos 8 o 10 años decía en su confusa mente.

La verdadera masacre fue el 5 de diciembre de 1986, y es de todos conocidos la novela que publicó Mario Mendoza bajo el nombre de "Satanás" en la que narra este suceso. La película, homónima, se ha convertido en una de las mejores muestras del nuevo cine colombiano. El viejo seguía recordando y decía, sí, esa noche 3 de diciembre me salvé de morir. La señora seguía hablando del tipo que se había vuelto loco en La Plaza de las Nieves.

No le creía mucho a la señora, hasta que vi la noticia en los periódicos de hoy que narran la historia de un 'indigente', así, como se menciona a los sinhogar en Colombia, que había pedido una limosna a una señora en la plaza al frente de la iglesia. La señora se niega y se escandaliza, el 'indigente' se molesta pues la señora se niega a darle la 'liga'. Un joven policía, casi de mi edad, 26 o 27 años según el periódico que se lea, se acerca a imponer su presencia de orden en la escena. 'El 'indigente', presumiblemente borracho, desarma al policía y le dispara, luego asesina a la señora que le había negado la limosna y hiere a otra mujer que estaba en el lugar. Dispara al azar a la multitud que a diario pasa por ahí. Dirigió el cañón del arma hacia un embolador de zapatos que se encontraba sentado a sus pies, un embellecedor de calzado, un simple lustrabotas que horrorizado miraba la escena sin poder moverse, y el hombre enloquecido apretó el gatillo una, dos, tres, cuatro veces, pero con suerte para el embolador ya había agotado sus balas. Leo que ambas mujeres resultaron heridas y como no llegó una ambulancia llegaron por sus propios medios al centro de salud donde falleció Rosa María Cárdenas, quien era la señora del incidente de la limosna. Hoy pasé por la plaza que se encontraba acordonada por las cintas de "Peligro, No Pase" y unas cuantas vallas que separaban a decenas de familias -padre, madre y niñas con sacos rosaditos y cachetes rosaditos en patines o ciclas- de la escena del crímen. Mientras leía los periódicos me entero que al policía herido el disparo le afectó su columna vertebral y es muy probable que no sólo no pueda volver a caminar, sino que no pueda mover tan siquiera sus brazos.
(Foto arriba: Oscar Pérez para El Espectador en la nota del hecho acá)

Pensé en un episodio similar ocurrido hace unas semanas en esa esquina tan conocida de Japón, en Tokyo, cuando un conductor atropella sin razón a la multitud y se baja herido con un cuchillo en sus manos, atacando a quien se le cruzaba. Pero no, volvamos a empezar, estábamos en la primer planta del edificio a donde había ido a buscar al Chileno y esperaba a uno de sus socios para poder encontrarlo. De ahí salí y lo busqué donde Doña Ceci, un bar de mala muerte con tequila a 2.000 pesos que es tal vez el mejor bar de toda la zona. Ahí me encontré con antiguos compañeros de trabajo, pero me tuve que despedir temprano para encontrarme con mis dos jefes. Esa noche vi el más grande horror de todos, una fotografía que me dejó llorando en la noche. Pero todo había empezado antes, perdonen las disgresiones temporales, este ir y venir, este río de la muerte que es el tiempo. Tal vez todo esto empezó para mí con un anuncio, hace unos 15 días, en medio de una discusión sencilla e irrelevante sobre el mal en la literatura. El tema central era un pregunta y una crítica, la pregunta era si existía ese mal, esa violencia gratuita que aparece en algunas obras literarias o cinematográficas. Para muchos la violencia gratuita era injustificada, si la muerte no le aportaba a la historia que se quiere narrar entonces no debe ir en la obra. Yo no estaba muy de acuerdo, creo que la violencia en el ser humano es algo que escapa a la norma de la razón, a las estructuras, mucho más a las estructuras que desde un relato de ficción se pueden mencionar, no hay banalidad en el mal verdadero, así sea innecesario. Hitchcok creo que se refería al terro como una acumulación matemática. La crítica era sobre la banalización del mal. Al terminar la discusión nos fuimos de fiesta hasta el otro día. Era un poco antes del amanecer cuando empezaron las lágrimas y apareció el mal en forma de relato, fue horrible y son cosas personales que es mejor dejar en ese amanecer. Esa fue la primera vez de los últimos días que lloré, vendrían algunas más, la última fue anoche.

Seguí obsesionado con el tema, escuchaba cada vez más a Nick Cave and the bad seeds y encontré una noticia extraña en el diario El País de España. Comentaba como si fuera una nota judicial un evento acaecido entre las ciudades de Winnipeg y Edmonton, en el muy tranquilo Canadá. Un grupo de 37 personas hacía un trayecto entre las dos ciudades y el bus recogió a un pasajero. El hombre era un tipo de 40 años, normal, como cualquiera. En algún momento, declaró uno de los testigos, se levantó de su asiento y caminó hasta la última fila del bus en donde dormía un hombre en su asiento mientras escuchaba música en su reproductor personal (¿un Ipod?). Los pasajeros escucharon un grito y observaron cómo el pasajero era apuñalado por este tipo normal. Usaba un cuchillo de supervivencia, como el cuchillo de Rambo decían todos horas después. Recordé que la primera película de Rambo es una obra maestra del terror sobre un excombatiente en Vietnam (sí, por encima de lo que digan los críticos moralistas o los críticos intelectuales de cine, creo que "Rambo I" es una de las grandes películas de esa década), sobre su exclusión social, y al escribir este post pienso también en Campo Elías Delgado, el colombiano excombatiente de Vietnam, y su masacre de Pozzeto, a quien no puedo evitar compararlo como el Rambo colombiano. Este Rambo canadiense no parecía darse cuenta de que el mundo a su alrededor giraba entre gritos, llantos y exclamaciones. El seguía acuchillando a su víctima (fueron más de 60 cuchilladas diría después la policía). El bus frenó en seco, los pasajeros aterrorizados se bajaban y un camionero que pasaba se detuvo al ver ese inusual comportamiento de un grupo de personas que uno no espera ver correr en una fría carretera canadiense. El conductor y algunos pasajeros, últimos en bajarse, veían como la sangre cubría todo el panorámico trasero mientras el hombre, sin mover un músculo de su rostro empezaba a sacar las entrañas a su víctima. Se bajaron horrorizados y el condcutor selló las puertas del bus. El camionero ya se había acercado; lo imagino como un buen camionero norteamericano, de camisa leñadora roja y gorra de algún equipo de beisbol, con algún arma en la mano, que me gustaría imaginar como una buena cruceta. El camionero y el conductor del bus se arman como pueden, y cuando suben al bus por la puerta delantera observan que el hombre del fondo está terminando de cercenar la cabeza de su víctima, a la que ya le ha sacado sus entrañas. El conductor y el camionero se bajan para dejar cerrada la puerta hasta la llegada de la policía. Cuando llegan los agentes y abren la puerta el hombre se acerca hacia ellos muy tranquilo, caminando con la cabeza cortada en sus manos, como si fuera una suerte de ofrenda. Uno de los testigos dijo que parecía un robot.

Intenté escapar a esto con la literatura, había leído una muy buena reseña en Babelia sobre un autor de culto en Francia llamado Frédéric Beigbeder, y curiosamente en esas baratas de Anagrama que había en toda la ciudad encontré uno de sus libros a un módico precio. El libro se llama Windows on the World. Era un coro a dos voces entre su personaje y el autor, sólo que el autor le hablaba a su personaje y lo construía años después, y el personaje había llevado de paseo a sus hijos a Nueva York el 11 de septiembre de 2001, empezando por desayunar en el restaurante más alto de la ciudad, el Windows on the World, en la cima de una de las torres gémelas. "El infierno dura una hora y cuarenta y cinco minutos, este libro también", decía en uno de sus capítulos Beigbeder. Así seguí viendo el infierno, lo veía en un video de la antigua banda de Nick Cave, que se llamaba Birthday Parthy, en la que Nick se muestra en su propia versión de El Bosco, y aparece desde el principio con el torso desnudo bajo una carpa de circo, y en su piel, sobre sus costillas, se puede leer la palabra Hell.



Era demasiado, así que tenía que trabajar, perdonen las disgresiones de tiempo, ese río de la muerte que es el tiempo, lleno de instantes como cadáveres bajo su cauce, muertos que los chulos de las culpas, el remordimiento y la nostalgia devoran incesantes. Tenía que trabajar, decía, y al salir de donde Doña Ceci me encontré con mis jefes y esa noche vi el horror, más poderoso que la fotografía de Kevin Carter, seguro que la conocen, ganó un Pulitzer y dio la vuelta al mundo, es patrimonio de la humanidad esa foto, no hay ser humano que no la conozca. Kevin ganó el Pulitzer con la fotografía y no soportó haberla tomado, la culpa lo atormentó y un corto tiempo después del premio se suicida por esa foto, mezclada a la muerte de uno de sus amigos del Club del Bang Bang. Kevin era un fotógrafo muy duro, era miembro del llamado Club del Bag Bang, un grupo de fotógrafos y corresponsales extranjeros que se hizo famoso por ir siempre en dirección al sonido del bang bang. Seguro la recuerdan, una niña muere en una hambruna en África y un buitre espera para extender sus alas detrás de ella.


Algo así fue lo que vi esa noche. Recuerdo la calavera sobre la carne, el hueso asomándose. Lloré. No la puedo borrar de mi cabeza, los buitres, los chulos son una gran compañía en el río del tiempo. Después de escribir este post lleno de sangre no puedo describir lo que vi, no puedo. La mayoría de las muertes que relaté corresponden a la vida cotidiana, aún el suicidio de Carter dos meses después de su momento de gloria con el Pulitzer hace parte de la vida cotidiana. En eso Mario Mendoza se ha vuelto experto, pero las muertes que vi esa noche eran planificadas, no eran un evento extraordinario sino normal, de todos los días pero planeadas en nombre de bienes superiores como La Patria o el Dinero, o la sagrada Propiedad. Entonces es otra forma de vida cotidiana, una vida cotidiana paralela a la vida cotidiana, un mal distinto, una sevicia sin comparación. Tal vez un amigo lo pueda describir mejor, y espero me perdone por mostrar esto, pero aún recuerdo que el me dio su autorización para enseñar lo que aquí sigue:

MEDITACIONES DE UN CADÁVER

Luis Alfonso Argüello

Hay más muertos,

¡Dios mío!

No saben lo que hacen


No más cuerpos en la orilla de la quebrada

No más cuerpos olorosos a carne manida

No más cuerpos con las moscas zumbando

¡No más muertos!

¡No más!


Los helicópteros pasan justo encima del techo

El viento, las hojas de zinc

Y las ramas del mango

Y las latas del portón

¡Todo se estremece!


Hay más esqueletos inmundos

Con la podredumbre en las costillas arropadas con rastrojo

Y la tortura en el cráneo como las espinas del vencido



Qué solos quedan los potreros

No saben lo que hacen

Qué solas quedan las casas

No saben lo que hacen

Qué solos quedan los solares

No saben lo que hacen

Qué solo queda el caserío

No saben lo que hacen


Con los beneficios de la medianoche

una raza tremenda de lo inhumana arrastra con el aliento

abusa con el verbo y la memoria de los vivos, vivos hasta ayer

alimenta de carroña la llanura borrosa y fría


¡No más animas!

¡No más animas de cadáveres sin los santos óleos!

¡No más animas recorriendo los solares a medianoche!


¿Para qué ser un hombre a la espera continua de miseria?

Un sorbo al pocillo en la madrugada no espanta al enviado especial de la muerte


¡Hasta cuándo!

¡Hasta cuándo nos seguirán matando!

Si tan sólo dijeran el por qué de tantos muertos

Un por qué de morir, eso

aunque un sin por qué no evita morir


Para quién desea ver el sol otra vez lo más sombrío es ver cruzar el portón al enviado especial de la muerte



Es noviembre de un año inmemorial

Es un año inmemorial de aflicción, duelo

y cuerpos sin sepultura


Y yo, fantasma entre fosas sin los santos óleos

Con recuerdos marchitos y arrastrados por el polvo

Yo, con el vapor del pocillo que cubre

los ojos hundidos en el cráneo,

yo, quien no tiene lágrimas y con la vida en el polvo

digo de parte de un corazón ya engusanado


¡Ya no más cadáveres mutilados!

Y llenos de moscas

Y olorosos a carne manida

Y abandonados a la orilla de la quebrada

¡Ya no más!



Dice la Biblia:

Todo lo nacido de origen en la carne acaba en el polvo

Y los ladridos del perro son un encuentro

Un encuentro entre el cielo y la tierra:

Un ladrido del viento loco

Y una mordida de la tierra reseca



Oigan ladrar los perros

Mala cosa

Si los perros ladran es que hay gente rara en los potreros


La leña humeante penetra la guadua en el techo

Se diría que sostiene el techo

Trance entre lo inmaterial y lo inhumano


Oigan ladrar los perros

Mala cosa

Si los perros ladran es que hay gente rara en el callejón


El tizne

Los tendones como fibras rasgándose

El rojo del vino aunque salobre, sin el aroma del vino

El pocillo manchado confirma su uso pasado

Y la piel en tirones refresca el secreto humano del egoísmo

Y los coágulos esparcen el perfume de la bestia



Oigan ladrar los perros

Mala cosa

Si los perros ladran es que hay gente rara en los solares


No más fosas llenas de calaveras

No más fosas de calaveras envueltas en trapos

No más calaveras amarradas con alambre de púa

No más fosas llenas de calaveras



La mancha negra del guácimo al otro lado de la cerca

Y las lucecitas como cocuyos acosando la oscuridad

Y las explosiones, yo diría cerca de la charca del güío

Y La neblina en el guadual, digna de mortaja fúnebre



Desde el butaco veo la madrugada de un año inmemorial

Así veo la experiencia perdida del sereno que vuelve ciego y sordo el corazón del enviado especial de la muerte

Así veo el corazón de la noche, volcánico

afiebrado, delincuente

corazón poseído por el misterio de fosas sin sepultura



La madrugada avanza

Trajeada con falda de brisa y blusa de conspiración

Pues si vienen por mí, otra vez…

Ya no pueden matar un alma en pena


Un alma en pena, un alma en pena, un alma en pena


Tiempo atrás en lucha y calma con la carne

Yo era un cuerpo memorial antes

Yo era un cuerpo afligido

Fui carne podrida

Fui un cuerpo herido

Fui un cuerpo desmembrado

Deshilachado por picotazos

de aves negras

Molido de huesos por perros hambrientos


Esto que pienso ahora, meditaciones las llama el autor,

esto que creo es por los muertos del caserío: son los muertos de una guerra que no era nuestra guerra

Nacimos en medio de la guerra

y crecimos con los olores y sonido de las balas

Por la ideología de unos con deseos de poder

Por el pedazo de tierra anhelado por otros

Por el odio de un hijo, vengando con la muerte

de diez más su pérdida y odio


Tiempos duros estos

Y crueles

Y de sangre

Y de viudas

Y de huérfanos

Y de hambrientos

Tiempos duros estos

Los helicópteros pasan justo encima del techo

El viento, las hojas de zinc

Y las ramas del mango

Y las latas del portón

¡Todo se estremece!



A las 4:30 A.M.

Hora de enjalmar el burro

Hora de ordeñar

Hora de cargar las cantinas

Hora de andar las veredas

Hora de otro tinto donde Remigio


Polvo somos

Y en polvo terminé



En la tienda ya no fían

No hay tendero

Y no hay qué fiar

(Maryuri un día no abrió la tienda

Al otro no amaneció)

Y no hay partidas de dominó

con Deyanira exhibiendo sus dotes inclinada en el mostrador

Y Roque al tanto de la jugada


Ya no se sabe quién es el que mata

La violencia esta aquí

En la cantina

En la escuela

En la tienda

En la gallera

En el parque

En la falda del cerro


Fíjense nomás

La maestra un día no amaneció

Y no se escuchan más las vocales en la mañana

Ni el Himno Nacional al mediodía


Y el garitero ya no pone bolas de billar en las mesas

El paño acumula moho y humedad



Los helicópteros pasan justo encima del techo

El viento, las hojas de zinc

Y las ramas del mango

Y las latas del portón

¡Todo se estremece!


En estos tiempos tan duros


Tiempos duros, tiempos duros, tiempos duros


Ya no se puede tener un pedazo de tierra

O hablar del gobierno

O tener una gallina de más

O tener unos billetes de sobra, si es que hay


Si dicen que somos culpables, somos culpables

Y no hay quien nos desmienta

Ni nos reconozca

Ni nos defienda

Ni nos dé confianza

¡Muchos menos que nos recuerde!

Se olvidan tan rápido de los muertos

Nos olvidan tan rápido

Ni una tumba hay de recordatorio

No hay tumbas que visitar.



Tantos muertos a la orilla de la quebrada

Tantos muertos sin sepultura

Tantos muertos sin dolientes

No hay tumbas para recordar



El silencio detuvo su recorrido salpicando de groserías y sangre

el amanecer

con voces del lado de la cerca

Voces con el sigilo del gato montés

Voces de la bestia carnívora

Voces sin sombra y de una región dormida

Voces sin contacto con la madrugada


Un gallo canta en el solar de Martiniano

Sí, viene del solar de Martiniano

Es el cenizo del picotazo seco

Ganador siempre

Gallo atrevido y confiable


El bramido de una vaca arrea la brizna en el potrero de Eutiquio González

Sí, es la vaca pintona de Eutiquio

Da gusto ver esa pintona con las trece botellas al día



Por donde quiera que pase

el enviado especial de la muerte deja intacto el miedo de todos al nacer: El miedo a morir sin ver otro día

Y no da tregua el miedo en cada quien

Desde la oscuridad llega la persecución con el poder y la voluntad de matar

Y el mundo bello

La calma

Los beneficios de días soleados

Mueren con el morir de los ojos:

El calor y el color de los ojos mueren con los gusanos

He visto con ritmo pausado, pestilente y húmedo la carnaza de la muerte al ritmo de los gusanos, ciempiés y escarabajos…


Ya no hay jornaleros para coger el algodón

Ya no hay lavanderas en la quebrada

Ya no hay señoras para hacer de comer

Ya no hay tendera en el pueblo

Ya no hay maestra en la escuela


Hay más cuerpos engusanados

Llenos de moscas

Olorosos a carne manida


¡No más cadáveres devorados por los perros!

¡No más disputas entre perros y cerdos por una mano huesuda!

¡No más!


Hay más esqueletos inmundos

Con la podredumbre en las costillas arropadas con rastrojo

Y la tortura en el cráneo como las espinas del vencido


¡Hasta cuando tenemos que llorar!

¡Hasta cuando tenemos que callar!

¡Hasta cuando tenemos que agachar la cabeza!

¡Hasta cuando tenemos que tragar entero el miedo!

¡Hasta cuando!



Hay más muertos,

¡Dios mío!

No saben lo que hacen


No más cuerpos en la orilla de la quebrada

No más cuerpos olorosos a carne manida

No más cuerpos con las moscas zumbando

¡No más muertos!

¡No más!




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mazo

¡¡¡De antología!!!

el asunto no es involucrarse... trata de ser un poco romántico.. con una lindad mujer bajo la luna y vino en el gaznate... eso despercude el alma... ya nos ocupamos mucho de los insepultos.. que otros se ocupen por ahora...

los cadáveres... bueno hay que aniquilar ese fantasma... hay que vivir hermano...hay que amar a esa linda dama...

lo de las fotografías... son algo duro... como aquella del cuerpo bajando por el río Cauca... vientre soplado... un chulo encima... esa foto podría ir en el escudo nacional...

Recuerda, hermano, el cielo esta en uno, no hay porque buscar fuera de uno (lo ecribió el maestro Eckhart en un sermón bellísimo)...

amén, mazo

Arlovich dijo...

Como dijera sumercé en algún post mío: sin palabras. De todas formas unas: escribiste con el corazón en el puño. Como los grandes. un abrazo.

H dijo...

Yo desde lejos te admiro y siempre te voy a agradecer desde los mails hasta los comentarios. Me costo mucho leer esto. Pero tambien me cuesta mucho leer los diarios. Y me costo leer 2666. El resumen perfecto es: estabamos soñando y nos despertamos gritando.

Mala epoca compañero, pero bueno, hay que aferrarse y creer que esto es un transito y que hay que hacer las cosas bien. Un dia, lo siento por mi rapto mistico, vamos a depertar y estaremos en la cocina calentitos con Bolaño, mientras Strummer rasguea la guitarra y esperamos por nuestros mejores amigos.

Mazo dijo...

Helena: Es hermoso el paraíso que vislumbras. Una luz de esperanza, la última. Y claro, la admiración es más que mutua.

Arlovich: Tenemos que apurarnos a describir nuestros tiempos, los pasados, los presentes, los futuros, los modelos de nuetra generación.

Plotino: No se hubiera podido hacer nada sin sus palabras. Sé que no debo, pero recién sé también que no se van a ver estas fotografías, ni siquiera un duro de la France Press se atrevería sacarlas, pero una de las fotografías es como las que describes, un buitre encima de un cuerpo pero sin los tonos dorados de la Revista Semana, es más como mirar el buitre desde una orilla de La Toma, con esa cercanía, ud sabe a qué me refiero. Otra de las fotografías eran sólo fragmentos, ud sabe a qué me refiero. Otra de las fotografías era la de un hombre flotando, muy blanco, como una pila funeraria antigua, los buitres lo esperan en la orilla, su piel es blanca y se extiende por todo su cuerpo, pero su rostro ¿Rostro? No, no hay rostro, sólo hueso, cuencas vacías que miran el lente de la cámara. Que me obligan a escribir desde el momento en que las vi.