Caballos y dictaduras (proyecto de escrito)
Recuerdo que era 1978, y era joven, y en la habitación empezaba el eco de tu risa que se ampliaba a todos los rincones de la casa. Y hubiera querido Lorena hacerte reír más, abrazarte con cosquillas, hasta que me miraras pidiendo un No más y aun así quisieras seguir el juego. Y que todo ocurriera mientras afuera de la habitación las dueñas de la casa se observaran desconcertadas. Luego, las mujeres, tras un consenso de reinas antiguas, hubieran tocado a la puerta, un toc, que produciría una mirada profunda justo el instante antes que nos echáramos a reír antes del segundo toc. Abriría la puerta con la cara de profesor universitario que me gané con esa vida perversa de libros y alcohol y, con una sonrisa ligeramente asomada en la comisura del labio, dijera un ¿Sí? largo, pronunciado, como invitando a las más escandalosas suposiciones que barrieran la moral cristiana. Y que me hayan llamado a la sala de esa casa grande y fría que se ubicaba en esa calle de la candelaria que daba frente a esa pequeña plaza en la que se fundó la ciudad. Y que yo hubiera respondido en una manera insolente para la ocasión Como no mi señora, bajo más tarde que estoy ocupado, y que tiempo después, al descender por las escaleras tú fueras detrás de mí y en un instante tomaras la delantera, para abrir la puerta y emerger apresurada a la misma calle empedrada donde me esperarías a la tarde siguiente cuando yo saliera, con las dos maletas grandes que me acompañaban, sin tener a dónde ir, y que así como salen las cosas que se tienen que dar iríamos a tomar un café a pensar en la grandiosa estupidez cometida y que en medio del café se abriría el espacio para ese pensamiento que tal vez dijera yo, o tal vez tú primero insinuaras, y una vez aflorado en la lengua temblorosa rodearía las palabras como un ave que no se decide a caer a su nido o a su presa. En ese momento tal vez el cigarrillo hablaría por mí y dadas las circunstancias (y en esa época cada circunstancia tenía su razón de ser en un contexto político) era mejor ir por delante de la vida y ganarle unos años, y que nos fuéramos a vivir juntos, a un apartamento pequeño, que podría ser de la misma calle, del mismo barrio. Y no pensar nada más que en las posibles consecuencias que tendría tu risa de esa tarde de jueves, como una piedrita en un estanque que genera ondas y ondas.
Y habría pasado así, de no ser porque las señoras golpearon a la puerta y me demoré un tiempo en abrir, y al salir la risa se había convertido en la cara de preocupación de un niño asustado viendo pornografía en un cuarto a la entrada de la madre, y todo se fue al carajo, y tú te fuiste del país y conseguiste triunfos en tu vida y yo me quedé visitando cafés, en medio de las viejas librerías donde te vi alguna vez, equivocándome al pensar que eras una lectora tan asidua como yo, para saber una tarde después, en la que aceptaste tomar un café conmigo, que ibas buscando unos libros de ingeniería que yo no hubiera sido capaz de tocar por considerar un sacrilegio.
Iba por las tardes, esquivaba mendigos y ladrones. Las putas paseaban en busca de quién sabe qué cosa a esas horas de la tarde y en esa zona, y me sentaba a hablar un tiempo del maletín perdido de Benjamín, de cómo abría las percepciones de la realidad la lectura de Karl Popper, en chistes negros que hacían referencia a la droga para niñas apenas colegiales que vivían sus primeros pasos en la vida, que iban por los pasillos de la universidad llenos de papeles que se caían de las carteleras como bebes gateando por los blancos apartamentos de los cerros de la ciudad metiendo sus manos en cuanta maceta encontraban para mostrar una sonrisa sucia de satisfacción libertaria a sus padres. Todo era tranquilo, como un estanque sin olas, en esas tardes donde perfectamente hubiera podido cruzar un barquito de papel gigante por las calles cerradas, manejado por un capitán de tres galones de fragata, que consultara una carta náutica en una de sus manos mientras con la otra mano se tapara la nariz para no sentir los efluvios de aguas estancadas que se empiezan a pudrir.
Y fue en esos días que los empecé a ver, un grupo de dos primero. Les gustaba la poesía, nada más sabía de ellos. Cantaban sones viejos y usaban bufandas como una especie de uniforme enfermo que imitara los jubones destrozados de la vieja guardia napoleónica, lo que no dejaba de tener un tono caricaturesco cuando se observaba que estos nuevos reclutas no tenían ni tambor para la marcha, ni estandarte del águila y ninguno pasaba de los veintidós años.
Pasaban en las tardes más soleadas en busca de cantos, de las rutas del mal. Se enfrascaban en discusiones interminables con él dueño de la librería sobre los posibles significados que tenía la poesía de Sir William Blake. De hecho sus gustos seguían a una cierta aristocracia rancia en que se vinculaba al marqués de Sade, al conde de Lautreamont, a lord Byron. Sus pensamientos políticos vinculaban a una cierta izquierda antigua que podía recordar los nombres de viejos guerreros de la independencia. Y en esos días de podredumbre, en los que me había dejado tu ausencia, ellos fueron una flor de loto que conoraba la tristeza de un lago de cisnes decapitados. Su inocencia hacía que su camino fuera visible a leguas de distancia y todos sabíamos que ese camino estaba plagado de crucificados a lado y lado de la carretera, que ningún lugar habrían de encontrar, que se dirigían coronados de flores como aquellos jóvenes aqueos hacia Coronea.
Y habría pasado así, de no ser porque las señoras golpearon a la puerta y me demoré un tiempo en abrir, y al salir la risa se había convertido en la cara de preocupación de un niño asustado viendo pornografía en un cuarto a la entrada de la madre, y todo se fue al carajo, y tú te fuiste del país y conseguiste triunfos en tu vida y yo me quedé visitando cafés, en medio de las viejas librerías donde te vi alguna vez, equivocándome al pensar que eras una lectora tan asidua como yo, para saber una tarde después, en la que aceptaste tomar un café conmigo, que ibas buscando unos libros de ingeniería que yo no hubiera sido capaz de tocar por considerar un sacrilegio.
Iba por las tardes, esquivaba mendigos y ladrones. Las putas paseaban en busca de quién sabe qué cosa a esas horas de la tarde y en esa zona, y me sentaba a hablar un tiempo del maletín perdido de Benjamín, de cómo abría las percepciones de la realidad la lectura de Karl Popper, en chistes negros que hacían referencia a la droga para niñas apenas colegiales que vivían sus primeros pasos en la vida, que iban por los pasillos de la universidad llenos de papeles que se caían de las carteleras como bebes gateando por los blancos apartamentos de los cerros de la ciudad metiendo sus manos en cuanta maceta encontraban para mostrar una sonrisa sucia de satisfacción libertaria a sus padres. Todo era tranquilo, como un estanque sin olas, en esas tardes donde perfectamente hubiera podido cruzar un barquito de papel gigante por las calles cerradas, manejado por un capitán de tres galones de fragata, que consultara una carta náutica en una de sus manos mientras con la otra mano se tapara la nariz para no sentir los efluvios de aguas estancadas que se empiezan a pudrir.
Y fue en esos días que los empecé a ver, un grupo de dos primero. Les gustaba la poesía, nada más sabía de ellos. Cantaban sones viejos y usaban bufandas como una especie de uniforme enfermo que imitara los jubones destrozados de la vieja guardia napoleónica, lo que no dejaba de tener un tono caricaturesco cuando se observaba que estos nuevos reclutas no tenían ni tambor para la marcha, ni estandarte del águila y ninguno pasaba de los veintidós años.
Pasaban en las tardes más soleadas en busca de cantos, de las rutas del mal. Se enfrascaban en discusiones interminables con él dueño de la librería sobre los posibles significados que tenía la poesía de Sir William Blake. De hecho sus gustos seguían a una cierta aristocracia rancia en que se vinculaba al marqués de Sade, al conde de Lautreamont, a lord Byron. Sus pensamientos políticos vinculaban a una cierta izquierda antigua que podía recordar los nombres de viejos guerreros de la independencia. Y en esos días de podredumbre, en los que me había dejado tu ausencia, ellos fueron una flor de loto que conoraba la tristeza de un lago de cisnes decapitados. Su inocencia hacía que su camino fuera visible a leguas de distancia y todos sabíamos que ese camino estaba plagado de crucificados a lado y lado de la carretera, que ningún lugar habrían de encontrar, que se dirigían coronados de flores como aquellos jóvenes aqueos hacia Coronea.
Debo decirlo y confesarlo, el cierto candor que los rodeaba me atrajo al punto que seguí sus discusiones y sus frases, muchas de ellas inconexas, en las que se enrostraba un poco de una poesía sucia que se acompañaba de una gran orquesta sinfónica con notas wagnerianas que alcanzaban la perfección a un sonido bajo e inaudible para el ser humano. Esa era una marcha fúnebre que atraía a otras ratas de la calle. Una fiesta que invitaba a todas las cucarachas, chulos y gallinazos del sector, caimanes y serpientes que danzaban en un aquelarre diurno esperando el anochecer, cuando las librerías comenzaban a dejar caer las pesadas puertas de hierro.
Esperé en interminables madrugadas, acompañado por el viejo radio de un celador que tosía boleros antiguos, tu llegada Lorena, o la máquina del tiempo que me diera otra vez la oportunidad de atacarte con cosquillas para que el eco de tu risa inundara cada campo de mi vida y en aquellas noches sòlo aparecìan como fantasmas la letras de estos jovenes poetas, perdidos en las noches, sangrando en caballerizas infectas porque Lorena, en esta ciudad todo tenìa que ver con los caballos, la ley de los caballos, los caballos siempre han servido para que el lìder cabalgue invencible sobre sus crines y pose para estatuas muertas sin saber que la gloria que les espera no es màs que una cagada de palomas. Y en estos momentos pienso que los caballos deben ser la respuesta. Ahora soy viejo, los caballos relinchan por sangre y recuerdo a los jovenes poetas cabalgando hacia el Valhala para hacer estallar los viejos portones de los castillos repletos de usurpadores.
Y te espero Lorena, y los caballos cabalgan de nuevo en la Margarita del 8, en los clubes, el señor de los caballos y los jinetes de la cocaìna todos juntos. Y siento que voy a morir bajo sus cascos. (continuarà en nuevo mandato)
2 comentarios:
Hola Diego:
No dejes que nonita te quite el impulso, más bien pregúntame como organizar mejor tus textos dentro del blog para que puedas escribir tanto como quieras sin que el lector se canse.
¡¡¡¡Me extraña la falta de confianza maestro!!!!, pero cuando digas te doy unas clasecitas sobre diseño de blogs.
Pero NO dejes de escribir ni de compartir tus textos...qué tal, ni más faltaba.
Nonita aburrida.
Gracias, gracias falena y blake, sé que escribir post largos y sin fotos puede ser molesto para los lectores, pero en un principio esto del blog tiene que servir para la expresión, y nonita, sabes muy bien que necesitaba expresarme, obvio que este texto es una base de un escrito que planea ser muchísimo más largo, pero lo importante es 'el tonito', en próximos posts se tocaran otros temas, cerramos ciclo de elecciones, cerramos otros ciclos de la vida y eso hará cambiar el blog.
ahora bien, blake, falena, nona, opinene en el blog de mi primera encuesta ys obre él, chao
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