lunes, marzo 13, 2006

Problema de urbanismo

Respuesta urbanística al miedo.

Huimos de qué. La respuesta puede ser urbanística, por decirlo de algún modo que nos deje ubicar el temor en algo material. Veríamos en cada fachada lo que podríamos llamar la arquitectura de la vida, construcciones endebles de terror. Han pasado más de 100 años y aún siguen ahí las casas viejas, temerosas de que el temblor profetizado destruya la ciudad. En el centro de Bogotá, en la Calle del Sol, hay una casa que pudo ser castillo por ser convento, luego pasó a monasterio, de ahí a calabozo oficial. Hoy se aprecia como una serie de apartamentos, repletos de soledades compartidas, que escuchan gritos de fantasmas y tiemblan cuando escuchan silbar el viento que se filtra por entre los vitrales que dan a la calle. Esa misma calle que volvió a ser empedrada, que hace muchos años sintió las masas de hombres con trajes de paño y ruana mientras empuñaban un arma y un color. ¿Tendrá miedo la casa o sus habitantes que alguna vez vuelvan los gritos a subir desde la Plaza? Aún no sabe la casa que ese miedo está adentro, que esa violencia a la que teme, contra la que sus habitantes eligen su Némesis siempre ha estado ahí. Claudio Magris le sigue los pasos por el Danubio al castillo de Sigmaringen en el que Céline “ha visto el rostro de la Medusa, el vacío que hay detrás de la confusión y de la podredumbre de las cosas, como en las casas desventradas por las bombas detrás de cuya fachada, que sigue en pie por pura casualidad, no hay nada”. Faltaría por incluir ahí, al lado de la confusión, al miedo, ver el castillo como algo gótico en que la historia se borra en una imagen profética y lejana.

Ésta observación nos hace olvidar un momento el espanto que sobresale de aquel edificio y nos deja desnudos ante esa niebla de pánico que dibuja en tiza los rostros de los otros, los que no conocemos y tememos. El miedo nos despierta, el grito puede ser el de nosotros recibiendo un puñal a cambio de nuestra cartera. Nos queda caminar rápido, sin dejar ver el miedo; la mirada al piso, no ver nada, no incomodar, que no seamos testigos ante algún tribunal. Pero el miedo no se ve, se huele como las basuras atoradas en el desagüe de la calle y sus ratas que caminan sin tocar las jeringuillas abandonadas, las colillas de cigarrillo pateadas y arrugadas. Mirar al frente es prohibido, puedes encontrarte con unos ojos que te indagan y denuncian tu soledad, te pueden sospechar. Así dejamos la calle. Las manos en los bolsillos. Esperamos el momento en que el alma se derrumbe en una implosión, ya nadie mira al frente con el pecho henchido de valor, recibiendo el viento cortante, dispuesto a morir con los ojos en el cielo y un nombre amado en la boca. El fin del humanismo en el ángulo de una mirada. Y al frente uno ojos que tal vez no indaguen, denuncien o sospechen, tal vez temen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena la idea de trabajar el miedo y los miedos que nos meten por estos dias las "aplastantes mayorías". Qué tal el miedo a quedarnos sin la ciudad de nuestras primeras geografías, a quedarnos sin palabras para narrarnos y sin memoria para saber quiénes somos? En estos días un colombiano en el exilio europeo me escribió sus angustias porque no ha terminado de aprender el alemán y ya se le está olvidando el español. Se está quedando sin idioma, sin ciudad, sin memoria y sin arraigo. Qué miedo no?

A propósito, tu blog me ha entusiasmado y me ha invitado a viajar por los vericuetos de los enlaces en los blogs amigos, vecinos y parceros. Tanto así, que estoy escribiendo una "historia de viaje" por la geografía de los bloggers. Ya verás la historia publicada en juventud digital.

Chao pescao.