lunes, agosto 06, 2007

El Cucaracho

Y que perdonen las obvias referencias al más grande, a Roberto Bolaño.

EL CUCARACHO

BOGOTÁ, 24 DE MARZO DE 1998. ENTREVISTA CON ALEJANDRO RODRÍGUEZ Y CLÍMACO GARCÍA, CALLE DE LA FERIA CULTURAL DEL LIBRO, ATRÁS DE LA IGLESIA SAN FRANCISCO.

- Pregunta por Joaquín señor. Joaquín, Joaquín. Ah, claro.
- Ah, claro, Joaquín, El Cucaracho, usted pregunta es por El Cucaracho.
- Que por qué le decíamos El Cucaracho. Le decíamos El Cucaracho porque parecía que tenía unas antenas sobre la cabeza y podía sentir dónde había trago y comida. Ya fuera en una reunión de poetas o el cóctel de lanzamiento de algún libro nuevo, en la presentación de algún escritor jugando a ser Mario Mendoza por los huecos de la 22 y la caracas, usando la misma chaqueta por un año, creyendo ser todo un Cristo crucificado: entre putas y ladrones, ahí siempre estaba él.
- Además le decíamos El Cucaracho porque era chiquito y feo. Se metía por cualquier puerta medio abierta. Se colaba en todo lado. Vaciaba botellas. Y hablaba sin necesidad de que le dieran cuerda. A veces hablaba de reediciones de libros que no había leído o se ponía a dizque discurrir sobre la metafísica del coño. Un goterero profesional. Medio charlatán.
- De vez en cuando se paseaba por el frente de la librería. El Cucaracho por aquí iba y venía revisando una primera edición de María de Jorge Isaacs. La librería es muy buena; tenemos una colección muy completa de primeras ediciones de la literatura colombiana. Era un mal cliente de la librería pero cuando venía le hacía muy buena conversación a todo el que pasaba, y terminaban comprando los libros que él decía que se había leído, cuando eran puras mentiras que había leído el texto que le recomendaba.
- Un culebrero es lo que era el cucaracho.
- Se la pasaba hablando del maletín perdido de Walter Benjamín. Una vez se sentó aquí y vino un muchacho que estudiaba sociología preguntando por libros de Blaise Cendrars y toda la movida de la literatura portátil de Vila-Matas. El hombre comenzó a echarse la historia de Blaise Cendrars y llegó a contar de la época de la depresión económica en el mundo, una depresión de plena guerra mundial. Blaise era un tipo que se las olía para sobrevivir, viajo por muchos lugares, con gitanos, con gente de plata, directores de museo y gente así. En uno de sus viajes tuvo plata y con esa plata ayudó a sacar adelante un proyecto nuevo. Algo así como la última cena era el nombre del proyecto. El hombre se consiguió un contacto con un ricachón para producir platos de sopa en grandes cantidades y repartirla a todas las personas hambrientas de la ciudad. Ya no me acuerdo en qué ciudad fue que dijo el cucaracho que pasó esta historia. En fin, una ciudad europea en plena guerra. La primera o la segunda guerra mundial; no me acuerdo. Una guerra en todo caso. Alquilaron una casa y ahí repartían las sopas. El hombre empezaba a repartir sopas a cambio de que los invitados a esa mesa escribieran en un papelito diversas ideas para suicidarse. Se imagina, señor, gente que se está muriendo de hambre, con todo el horror detrás, cuántas veces habrá pensado en suicidarse y de cuántas maneras. El restaurante duró cerca de tres meses abierto y recopilaron cientos de ideas suicidas. Tal vez miles. La gente desesperada y perdida puede pensar mucho, más si está desempleada.
- El Cucaracho desapareció un tiempo, creo que estuvo en el Hospital, no hablaba mucho después de eso. Era muy amigo de Ventura, el que se para en la esquina del parque central vendiendo libros piratas. Ventura usa gafas. Todos le dicen profesor y él a todos les dice profesor o maestra. Un buen hombre. Recién murió su mamá. Fue un entierro muy triste. Hacía mucho que no iba a ninguna misa. Había gente muy pobre, muy humilde, muchos muecos; y se despidieron de la muerta aplaudiéndola.
- Claro, ganó el juego. Uno se merece un aplauso cuando gana.
- Ajá. Fue un entierro bonito.
- Pero igual, el muerto no se da cuenta de su propio entierro. Mire no más el que se pilló una conocida, la señora que vende tintos en esa esquina, señor. Ahí, en la esquina de esa librería. Resulta que se le murió una amiga. Bueno, la mataron a cuchillo. Era muy joven, unos 30 0 35 años. La amiga vivía en El Cartucho la mayor parte del tiempo; cuando El Cartucho todavía existía. Los compañeros le hicieron un cajón mezcla de triplex y cartones. No les alcanzaba la plata para enterrarla en campo santo. Era muy buena y no querían dejarla enterrada como NN en cualquier lado. Dejaron el cajón abierto para pedir limosna, una ayuda para el entierro. Fueron a los buses a pedir dinero. No les fue mal. Se fumaron en ‘bichas’ toda la plata del entierro, y el cadáver lo dejaron destapado por casi una semana. Cuando el olor a podrido invadió dos cuadras lo llevaron a medicina legal. Iban todos en fila detrás de la muerta. Me imagino lo que tenía que oler dentro del edificio de Medicina Legal. Esa señora nos contó que por ahí estaba El Cucaracho, parado bien lejos en una esquina, viendo el entierro. Esa fue la última vez que alguien lo vio por estos lados.
- Habría que aplaudir al cucaracho, aún sin estar muerto.
- Sí, ‘mire’ que ese era todo un personaje.
- Cuando vino Saramago, se acuerda señor. El cucaracho llegó tarde a la conferencia. Cuando entró al salón de conferencias del Jorge Eliécer Gaitán casi se lleva por delante a los de seguridad. Ese día tenía esa chaqueta vieja…
- La que parecía heredada…
- … entró atropellando a los de logística y con una botella de Eduardo Tercero en el bolsillo de la chaqueta. Obviamente lo fueron a sacar a empujones y lo único que vio para agarrarse fue a Germán Castro Caycedo. Imagíneselo, Germán Castro todo blanquito, todo bien arregladito como dirían las señoras de dedo parado. Con gabardina como en Casablanca, así, todita color crema, y bufanda blanca que le combinaba con las canas. Cuando el cucaracho lo vio lo primero que hizo fue gritar Germán, mientras los guardias lo tomaban del brazo y él se soltaba y le decía Germán, y explicaba a los guardias que lo dejaran, que era su amigo, que era amigo de Castro Caycedo sólo que se estaba haciendo el huevón. Y ya se puede usted imaginar señor a Germán Castro, tuvo que comenzar a meterse en la multitud, arrugar la gabardina, haciendo como que no oía al cucaracho.
- Ese era El Cucaracho señor, pero hace rato que no pasa por nuestra librería, quién sabe dónde esté. Borracho en algún antro, lo más seguro. Pero vaya y pregúntele a la señora de los tintos. De pronto ella lo haya visto en estos días. Y vuelva cuando quiera, aquí a la orden. Vea que las ediciones colombianas son muy buenas, y también hay mucho libro europeo.

1 comentario:

CARLOS ARTURO GAMBOA dijo...

La narra-crónica deja ese olor a ciudad moderna flotando en el aire discursivo, bien, bien....

Creo que "el cucaracho" es una especie adaptable a cualquier nicho cutural, por aquí he visto dos de esos...