No digas tonterías
El local era una casa abandonada al lado del Edificio Colonial. Pedí una cerveza, Club Colombia. Pensaba en ese tiempo detenido que le da esa sensación tan extraña a la ciudad. Nada se movía. Pequeñas gotas se deslizaban alrededor de la botella de cerveza y bajaban lentamente.
Salí a caminar por las calles esa noche y el recuerdo me trajo a la memoria cierta mujer a quien nunca le conocí su verdadero nombre. La primera vez que la vi me dio como nombre una canción de Serrat. Era casi una niña escondida en una universidad de provincia, rizos dorados, ojos que aunque estaban abiertos parecían estar siempre soñando, como personajes de Bolaño. Decía ser poeta y ese día le apodamos La Maga, viajera eficaz que sobrevivía del aire en ciudades desconocidas gracias a sus manillas y a otros desconocidos, un tanto loca. Llegó a Bogotá bajo la excusa de un encuentro académico y la tutela de unos amigos, Marc Augè estaba allí, le di uno de mis libros de Augè que le hizo firmar con dedicatoria. Creo que ese libro hablaba del olvido y la memoria. Me regaló una pluma que el viento le dejo en su ropa. Fuimos a comer, nos emborrachamos y leímos poesía ( eso recuerdo o quiero creer) en el apartamento vacío y sin muebles de un amigo.
La encontré de nuevo en Bogotá semanas después. Se hacía llamar hija del viento, o algo así. La droga parecía derruir su organismo. Parecía más flaca que la última vez. Esa noche la invité a una cerveza en un bar de La Candelaria, hoy ya cerrado, que tenía un cargado minimalismo oriental. Comenzamos a hablar cada vez más cerca, hasta que nuestros labios se rozaron, y así seguimos hablando y cada palabra pronunciada abría nuestras bocas, cada vocal cerrada parecía un beso. La conversación fue larga y corta a la vez, demasiado. Más tarde, esa noche, en otras circunstancias, tomé sus manos, me regaló una de sus manillas y observé varias líneas marrones atravesar sus muñecas, manchar su piel blanca.
- ¿Qué es eso?- le dije en un susurro.
- Cicatrices - me dijo -; intenté cortarme las venas una vez.
- ¿Por qué son tantas? - pregunté.
Me miró desde muy lejos.
- El cuchillo no estaba afilado - respondió.
No volví a preguntar más nada en toda la noche. Nunca volvímos a hablar. La vi a la distancia hace ya algún tiempo. Se llevó unos libros. Me dejó una pluma, un poema y un recuerdo. Y vi calaveras asomándose a los bares, con sus jirones de carne y su mirada clara, y vi antiguos edificios, casas coloniales con yesos decorativos cargados hoy de mugre.
"She wore blue velvet // Bluer than velvet was the night // Softer than satin was the light // From the stars // She wore blue velvet // Bluer than velvet were her eyes // Warmer than May her tender sighs // Love was ours…
Ours a love I held tightly // Feeling the rapture grow // Like a flame burning brightly // But when she left, gone was the glow of …
Blue velvet // But in my heart there'll always be // Precious and warm, a memory // Through the years // And I still can see blue velvet // Through my tears"
Bobby Vinton