No digas tonterías

No posteo por postear algo bueno o malo, posteo por hacer algo que tape lo demás. Recuerdo una imagen que aún no puedo descifrar. Entré cierta tarde, medio día, a un parqueadero de Neiva, ciudad caliente, muy caliente, que para quienes no la conozcan está ubicada entre un desierto y un río.

El local era una casa abandonada al lado del Edificio Colonial. Pedí una cerveza, Club Colombia. Pensaba en ese tiempo detenido que le da esa sensación tan extraña a la ciudad. Nada se movía. Pequeñas gotas se deslizaban alrededor de la botella de cerveza y bajaban lentamente.

Había pasado por la peluquería "Patarroyo" que aún tenía esas imágenes de rayas rojas y blancas de las barberías antiguas. En las fachadas de las casas aún se mantenían las viejas rejas de hierro. Nada se movía. El parqueadero era el reflejo, los restos de una casa de familia abandonada. Aun se podían adivinar las que fueron habitaciones, el árbol de mango cortado en el centro del jardín. Casi podía ver esa casa llena de gente, me los imagino con bigotes y pantalones de dril gris, camisas blancas abiertas que mostraban las cadenas de oro. Ahora las mtocicletas ocupaban el lugar de las risas. Al lado izquierdo de la entrada aún existía un corredor con baldosa de salón de baile que armaba extrañas figuras geométricas. En ese corredor se apilaban cuatro mesas viejas con sillas de latón sobre las que se sentaban algunos tinterillos con sus máquinas de escribir. Del fondo de la casa salió una niña, rubia no tanto, mejor definirla como mona. Su piel era muy blanca. No alcanzaba los diecisiete años, pero no tenía menos de trece. Era hermosa. Vestía un traje, tipo salón de baile, de terciopelo azul (Blue Velvet de Lynch estarán pensando, pero no, esto sólo era un traje de terciopelo azul ya viejo). Alguna vez había sido usado en fiestas de quince años, o en fiestas de cóctel. Su falda era una minifalda en un lado que terminaba en un corte diagonal a la rodilla. Los pechos apenas si llenaban el escote en V. Parecía una ninfa vestida, una muñeca rota vestida de azul. Me miró desde muy lejos, desde hace muchos siglos venia esa mirada de desolación. Había mucho de decadencia en la imagen, pero a la vez mucha belleza fastuosa, había mucho de tristeza, pero había una mirada clara. Hacía mucho calor, y ese día el tiempo no sólo parecía detenerse como suele ocurrir en Neiva, ésta vez el tiempo parecía sacar del olvido las cosas viejas, traía el pasado al hoy, y vi calaveras asomándose a los bares, con sus jirones de carne y su mirada clara, y vi antiguos edificios, casas coloniales con yesos decorativos cargados hoy de mugre.

Salí a caminar por las calles esa noche y el recuerdo me trajo a la memoria cierta mujer a quien nunca le conocí su verdadero nombre. La primera vez que la vi me dio como nombre una canción de Serrat. Era casi una niña escondida en una universidad de provincia, rizos dorados, ojos que aunque estaban abiertos parecían estar siempre soñando, como personajes de Bolaño. Decía ser poeta y ese día le apodamos La Maga, viajera eficaz que sobrevivía del aire en ciudades desconocidas gracias a sus manillas y a otros desconocidos, un tanto loca. Llegó a Bogotá bajo la excusa de un encuentro académico y la tutela de unos amigos, Marc Augè estaba allí, le di uno de mis libros de Augè que le hizo firmar con dedicatoria. Creo que ese libro hablaba del olvido y la memoria. Me regaló una pluma que el viento le dejo en su ropa. Fuimos a comer, nos emborrachamos y leímos poesía ( eso recuerdo o quiero creer) en el apartamento vacío y sin muebles de un amigo.

La encontré de nuevo en Bogotá semanas después. Se hacía llamar hija del viento, o algo así. La droga parecía derruir su organismo. Parecía más flaca que la última vez. Esa noche la invité a una cerveza en un bar de La Candelaria, hoy ya cerrado, que tenía un cargado minimalismo oriental. Comenzamos a hablar cada vez más cerca, hasta que nuestros labios se rozaron, y así seguimos hablando y cada palabra pronunciada abría nuestras bocas, cada vocal cerrada parecía un beso. La conversación fue larga y corta a la vez, demasiado. Más tarde, esa noche, en otras circunstancias, tomé sus manos, me regaló una de sus manillas y observé varias líneas marrones atravesar sus muñecas, manchar su piel blanca.

- ¿Qué es eso?- le dije en un susurro.

- Cicatrices - me dijo -; intenté cortarme las venas una vez.

- ¿Por qué son tantas? - pregunté.

Me miró desde muy lejos.

- El cuchillo no estaba afilado - respondió.

No volví a preguntar más nada en toda la noche. Nunca volvímos a hablar. La vi a la distancia hace ya algún tiempo. Se llevó unos libros. Me dejó una pluma, un poema y un recuerdo. Y vi calaveras asomándose a los bares, con sus jirones de carne y su mirada clara, y vi antiguos edificios, casas coloniales con yesos decorativos cargados hoy de mugre.

"She wore blue velvet // Bluer than velvet was the night // Softer than satin was the light // From the stars // She wore blue velvet // Bluer than velvet were her eyes // Warmer than May her tender sighs // Love was ours…
Ours a love I held tightly // Feeling the rapture grow // Like a flame burning brightly // But when she left, gone was the glow of …
Blue velvet // But in my heart there'll always be // Precious and warm, a memory // Through the years // And I still can see blue velvet // Through my tears"
Bobby Vinton