lunes, enero 08, 2007

Coscoja

Caminaba por un viejo monasterio jesuita, acababa de visitar la tumba de la hermana de Gauguin. El horror, tal vez podamos llamarlo como Ellroy 'el prodigio', aparecía en cada columna de la vieja casa. Ese día también vino en forma de moneda. Un pedazo de cobre aplastado, del tamaño de la circunferencia que deja unir el índice y el pulgar de una mano. Era una moneda irregular de otros tiempos. La guerra se conocía en ese entonces como guerra civil, la guerra de los 1000 días. Como en toda guerra, los ejércitos necesitaban de grandes sumas de dinero para subsistir. Los liberales tenían el apoyo de gobiernos amigos que donaban grandes sumas de oro, los clubes revolucionarios también hacían su parte, algunos miembros de clases pudientes hacían lo que podían. Por el lado conservador el cobro de impuestos era cosa común y contaban con más recursos ‘divinos’ para financiar la guerra. Sin embargo todo ese dinero, tanto de un bando como del otro, terminó por quedarse en las manos de importantes generales.

La carencia de recursos llevó a procedimientos extremos. Uno de estos fue la impresión de papel moneda en un país dividido. En esos días los liberales empezaron a producir sus propios billetes. Pronto los conservadores cerraron la entrada al papel necesario para la fabricación del dinero. Como las planchas estaban hechas decidieron utilizarlas. Así, en papel de cuadernos estudiantiles, rayados, muchas veces escritos, se dio la impresión de los billetes que se conocieron como ‘toches’. La emisión se realizó en Santander y no hay datos sobre su monto total. Una particularidad de esta fabricación de dinero consistió en la llamada moneda ‘coscoja’. Con ella se presentó el mismo problema, no había material para fabricarla. Lo que ocurrió luego sólo puede llamarse como el horror. Después de las batallas, al mismo tiempo que los muertos, se recogían las balas de fusil gastadas. Los casquillos eran reducidos a una moneda plana sobre la cual se imprimía su valor. Los recursos que respaldaban estas monedas se agotaron y el secuestro empieza a aparecer en nuestra historia.

Tal vez primero vinieron las capturas políticas y las desapariciones de los sospechosos de ser liberales, luego el secuestro de uno que otro comerciante y la captura de algún oficial conservador sobre el que se decidió cobrar por su rescate, por su vida. Como anota el historiador colombiano Carlos Eduardo Jaramillo quien en su libro los guerrilleros del novecientos dice que “la práctica de esta última modalidad llevó a extremos como tener que pagar por una muerte piadosa, en los casos en que la víctima tenía que comprar la bala con la que se le dispararía, para evitar una muerte gratuita con puñales o machetes”. La coscoja era la bala y además la moneda.

Años después, cuando el nombre de la guerra había cambiado apareció la muerte como enfermedad. La lepra invadía al país y aquellos que sufrían este dolor eran recluidos en el pueblo de Agua de Dios, aislados del mundo exterior también se dieron a la fabricación de pequeñas monedas que sólo circulaban entre ellos y así evitaban la propagación de la enfermedad. Esa moneda, muy pequeña, también tuvo el nombre de ‘coscoja’. La coscoja era la exclusión y además la moneda.

Luego miré de cerca la pequeña moneda de la guerra civil, cómo volvió a su encierro, la ficha que la catalogaba, el archivo que la esperaba. Y le di la despedida al hombre que pagó su muerte con ella, a su muerte resignada, en algún campo al lado de un río con un grupo de soldados y pocos caballos, poca comida, entregados a su modo a cumplir el papel asignado en la obra. Todos alumbrados por el prodigio, reunidos en un pequeño conjnto del paisaje como si estuvieran preparados para una foto, pero en un momento en cuyas miradas van más allá de la cámara o de un relato. Atrás del hombre que los mira, lista la cámara en su mano, muy atrás tal vez esté el horror o el prodigio.


tropas

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